Texto, imagen, imaginación
Teresa Colomer
La literatura
infantil y juvenil tiene en cuenta –de forma deliberada, por experiencia social
o por azar, tanto da ahora- las posibilidades de recepción de la experiencia
literaria durante la etapa de la infancia y la adolescencia. Este tipo de
textos permiten que niños, niñas y adolescentes se incorporen al uso poético de
la palabra en nuestra sociedad. Una incorporación en presente para los receptores, puesto que pueden participar de la
comunicación literaria desde un inicio tan temprano como, pongamos por ejemplo,
las canciones de cuna que se les dirigen; y una incorporación en futuro, ya que los libros infantiles
van abriendo un itinerario de formas que amplían su conocimiento de los
géneros, los recursos, los tópicos o las figuras estilísticas que configuran el
conjunto del corpus literario
desarrollado en su cultura.
Uno de los elementos
asociados al lenguaje literario es su capacidad de evocación y connotación a
través del uso de imágenes y símbolos, su posibilidad de apartarse de la
exposición lógica de los conceptos para apelar a una comunicación más global
que atañe a múltiples niveles de la persona. Los sentidos, la inteligencia, la
identificación afectiva, la proyección imaginativa o la conmoción emotiva son invocados
por el texto literario en proporción e intensidad variable y por ello
constituyen un tipo especial de comunicación humana.
Recordar estos
aspectos viene a cuento para reflexionar sobre uno de los problemas que, en mi
opinión, afectan tanto a la producción como a la valoración actual de libros
infantiles y juveniles: el debilitamiento de su dimensión metafórica y
simbólica, la pérdida de peso de la resonancia de la palabra y la escasa fuerza
de imágenes evocadas, en favor de otros elementos como la intriga argumental,
la identificación directa del mundo creado con el del lector –lo cual incluye
la reproducción de las formas conversacionales del lenguaje- y el desplazamiento
de la experiencia estética hacia la parte ilustrada de los libros. Las causas
de esta situación se hallan probablemente en una concepción de la lectura de
ficción como objeto de consumo, en el deseo de atraer a los lectores con textos
que parecen de lectura más simple y en la vocación moralizadora de los libros
dirigidos a los jóvenes.
(…)
El texto reducido
En cuanto a las
narraciones para niños y niñas, y aún más en las dirigidas a los adolescentes,
parece que su producción o selección parte, en primer lugar, de la premisa de
que un lenguaje estandarizado, un vocabulario reducido y una lectura unívoca
facilitarán la lectura –y la venta- de los libros. Incluso se da el caso de que
algunas editoriales recomiendan a los autores una reducción del léxico y la
complejidad literaria. Pan para hoy y hambre para mañana, al menos en el sector
de población del que puede esperarse una continuidad en la lectura de calidad. Otra
cosa distinta es que la literatura diversifique sus niveles de calidad y
exigencia para ofrecer distintos tipos de producción literaria a diferentes
clases de lectores, al igual que lo hace en la literatura adulta. Pero esta
evidencia del mercado cultural no atañe en este caso a la tarea educativa que
intenta construir una experiencia literaria de calidad durante la infancia y
adolescencia.
Con esta situación se
relaciona también la influencia de la
ficción audiovisual en la ficción literaria. Muchas obras juveniles tienden
a convertirse en guiones cinematográficos sin espesor escrito. La voz del
narrador adopta un tono deliberadamente notarial para informarnos estrictamente
de lo que aparece en la escena y para permitirnos conocer los movimientos de
los personajes, a los que cede la palabra para que oigamos directamente sus conversaciones.
Sin duda son obras que se ajustan al gusto moderno por la elipsis, la rapidez y
la concisión, frente al ritmo lento y a la demora en el detalle propio de otras
épocas. Pero la sintaxis de frases simples y yuxtapuestas y el lenguaje
denotativo que reinan en ellas, más que al servicio de una condensación
narrativa de depurada simplicidad se sitúan en la uniformización y banalidad de
las obras de género menor.
En segundo lugar,
parece que se confía en que situar el mundo de ficción en contextos homogéneos
a los mundos de vida de los lectores atraerá su atención porque si los
personajes, los problemas y el lenguaje son idénticos a los propios, el proceso
de proyección se tornará inmediato.
En el mismo sentido
de reflejo literal, parece que el
propósito de orientar moralmente a
los lectores se basa en la creencia de que la exposición directa y explícita de
las situaciones conflictivas y de las elecciones de los personajes sobre la
conducta a seguir son más efectivas que las formas indirectas e implícitas de
modelación cultural propias de la literatura.
En consecuencia, el
texto literario se reduce con frecuencia a una máquina productora de argumentos
que se agotan en sí mismos o que se hallan al servicio de una exposición de
conceptos morales dirigidos a la inteligencia del lector a través del débil
revestimiento de la mediación del personaje.
Fragmentos tomados
de: “Texto, imagen, imaginación”. En: CLIJ.
Nº 130, Año 13, Septiembre, 2000.
Teresa Colomer. Crítica española de literatura infantil y
juvenil de renombre internacional. Catedrática de la Universidad Autónoma de Barcelona (España). Algunos de sus
libros: Siete llaves para valorar las historias infantiles (Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 2002),
Andar entre libros. La lectura literaria en la escuela (Fondo de Cultura
Económica, 2005).
1 comentario:
Me gusta Teresa Colomer. Es la mejor crítica d literatura infantil y juvenil. Ana González Méndez.
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