miércoles, 12 de junio de 2013

CONTANDO...

Retrato y nostalgia
Ramelis Velásquez

Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Mírate los dedos, Laura Beatriz, cuéntalos mientras Eriberto te toma la foto. Ahí estás paradita y detrás de ti el busto de la plaza. Fotos, risas, los árboles, los que posan y solo fotografían la nostalgia. No te gusta estar de espaldas a la estatua porque crees que unos brazos inmensos saldrán de ella y te envolverán hasta llevarte a la profundidad de la tierra. Pero no se te ve el rostro, ¡qué broma con esa brisa!
La mascota de Matitica también está allí dando vueltas alrededor de los que quieren superar el olvido; parece que se vino detrás de ella. Pero, ¿cómo puede venir un perro desde Los Dos Caminos, y, además, desde los años 40? Bueno, es un animal especial.

Laura Beatriz visitaba con frecuencia a unas tías que vivían en la calle Zea  y, en las noches, terminaba  hablando y jugando con los difuntos. Penetraban las paredes y reían como niños, llegaban a la plaza y se volvían locos entre tantos árboles. Ella esperaba ansiosa el momento en que nuestros familiares del más allá la llamaran para hacer cualquier travesura. Con razón en muchas ocasiones no quería levantarse en las mañanas aludiendo un cansancio casi contagioso.

Una noche  Laura Beatriz se sentó con tres amigas en la sala de su casa a escuchar música. Apagaron las luces y se quedaron juntas en el mueble grande. De pronto, Laura Beatriz murmuró: ¿Y si nos asustan? No había terminado de pronunciar la última letra cuando ya las amigas habían traspasado la puerta principal del puro susto. Laura Beatriz se había quedado estática, sorprendida por la rapidez de sus valientes amigas y por la forma en que habían salido de la casa. Pero en el momento en que reaccionó, emprendiendo al mismo tiempo la huida, sintió que le sacudieron el vestido. Después el sonido de la campanita, la espera, la curiosidad, para ver el perro que se estaba acercando a la puerta, pero casi nunca aparecía o lo hacía cuando le venía en gana. Ese perro de Matitica tiene como sesenta años de existencia en el otro mundo, y en éste también, decía la tía Carmen.

Lo que me gusta de todo es cómo a Laura Beatriz, a sus tías y a sus amigas les fascinaba fotografiarse con el perro fantasma. Luego, más interesantes resultaban esos rostros extrañados por la ausencia del animal. Se creían víctimas de una burla: Matitica muy sonriente sentada en una mecedora detrás del perro, Laura Beatriz agachada abrazando al perro. Crucita  Gómez sentada con su mano derecha reposando en la cabeza del canino. Arcadia invitándolo a saborear sus vasitos de guayaba, la China Vásquez dándole un beso al perro. María Torcatt ofreciéndole un hueso y Margot, la lusitana, compartiendo su pan portugués con el perro. Pero, ¿dónde está?, ¿qué se hizo?, ¿cómo puede un simple animalito, de campanita en el cuello y pelaje negro, desaparecer de una foto?

Matitica, Laura Beatriz y sus amigas comenzaron a obsesionarse con el perrito. Cada una había comprado una campanita y la hacían sonar para atraer al animal. Tilín, tilín, tilín... Era para morirse de la risa. Parecían sacerdotisas en una graciosa danza con redobles de campana. Campaneando, campaneando... Así recorrían la casa, sus pasillos, los cuartos, los baños, hasta el último y polvoriento rincón.

Del libro El mundo fantasmal de Laura Beatriz. Caracas: Fundación Editorial El perro y la rana, 2010.
Paramaconi, el caimán que vence a los monstruos de Ulises
Ramelis Velásquez

Ulises es un niño que juega en el jardín de su casa. Yo paso todas las tardes frente a la puerta y lo veo distraído, sentado, moviendo los labios como hablando con alguien que solo él conoce. Ulises tiene cinco años. Su pelo enroscado brilla tanto como sus ojos cafés. Yo soy mayor que él –unos cinco años más-, lo saludo “Hola pequeñín” y él apenas si voltea, apenas si advierte que estoy allí, quizás tan invisible como quien lo acompaña, lo estoy viendo y sé de sus picardías, sé que los carros no se le han perdido, los carritos que le dejó su papá la última vez que estuvieron juntos deslizándolos por el filo de la jardinera. Cuando le diga a su amigo que lo ayude a buscarlos, yo también quisiera estar allí con él rastreando los rincones de la casa, haciendo las veces que busco unos carritos que siempre han estado en los bolsillos de su pantalón. Pero no puedo  porque su mamá no me quiere ver cerca. Es una señora desconfiada. Tal vez la soledad sea la culpable de eso. Mi mamá me dice que la comprenda porque le ha tocado vivir situaciones difíciles (ella sabe la historia de la mamá de Ulises) y el niño es el único motivo que tiene para seguir adelante. Cree que yo le quité los juguetes a su hijo y no sé cómo decirle que él los esconde y habla siempre con alguien a quien le pide que lo ayude a buscarlos. Bueno, eso es lo que yo imagino cuando paso por allí y no veo los carritos por ningún lado.

Su mamá también habla sola y mueve las manos haciendo gestos como si alguien estuviese con ella. Hoy en la mañana la vi leer el periódico. Yo caminé al colegio, haciéndome el desentendido o esperando un saludo cariñoso como señal de que ya no piensa cosas malas de mí. Ella estaba allí, recostada a un lado del kiosco de la esquina de la cuadra donde se encuentran nuestras casas. La vi buscando como desesperada no sé qué en alguna sección. Le pagó al señor Marín, el kiosquero, y avanzó con la mirada perdida entre la llovizna y los repentinos sacudones de brisa fría. Estaba triste, sus lágrimas formaban un pequeño diluvio en su rostro y hasta pude ver un remolino, no miento. Cuando pasó cerca de mí casi me ahogué en su diluvio nada más con mirarla. Creo que se debe al padre de Ulises. Alguna vez  lo conocí, pero solo por casualidad una tarde que me quedé con el niño cuidándolo, haciéndole compañía en sus juegos, hasta que su padre llegó con su barba abundante, abrazándolo y sacando de uno de sus bolsillos unos caramelos y los carritos. Su papá es checoslovaco –una palabra que me costó un poco aprenderla- y se la pasa de aquí para allá, sin lugar definido donde vivir. He oído que no puede llevar una vida normal, no sé ni entiendo por qué. Lo único que sé es que cuando ve a su hijo es como si absorbiera la luz del sol por completo porque sus ojos brillan tanto como los de Ulises. Creo que lo quiere mucho y es posible que se dedique sólo a jugar con él, a abrazarlo repetidas veces, porque sabe que no puede estar mucho tiempo.

Ulises tiene una abuela, la mamá de su papá. Vive allí con su nuera y apenas si puede vérsele los domingos cuando sale vestida de negro, lentes oscuros, pañoleta y sandalias anticuadas para ir a misa. Las señoras del barrio que van a la iglesia, la pequeña, pero acogedora iglesia del barrio, la miran y cuchichean como intrigadas de que salga ese día casi como un murciélago fugaz en la claridad y vaya solo a la catedral. Es una señora de gesto duro y silencio infinito; uno se da cuenta que no se le puede hablar. “Lleva el regaño adelantado en el rostro”, dice mi tía Paula revirando los ojos, porque una vez se llegó hasta la puerta de su casa para venderle un número de una batidora que estaba rifando y la abuela desalmada, malhumorada, le contestó que mejor fuese a batir sus neuronas. La verdad es que fue muy atrevida con mi tía, aunque en ocasiones mi mamá y yo casi le damos la razón a la señora.

Creo que los adultos tienen un mundo bastante enmarañado y muchas veces aburrido cuando han perdido los motivos para reír. Y allí en la casa de Ulises hace tiempo la risa no aparece, hace tiempo mi amigo está en una soledad casi parecida a la de los adultos que viven con él y eso no me gusta. Sólo los juguetes parecen los únicos habitantes de la casa. Yo quiero a Ulises, creo que debe reír como yo y, si respeto la promesa que hice, voy a protegerlo porque soy su hermano mayor, su hermano de corazón. Además, los dos tenemos nombres de hombres importantes que vivieron aventuras y se enfrentaron a obstáculos. Algo me habló la maestra de los cíclopes o las sirenas que cantaban como bellas doncellas para atraer a los navegantes, pero luego, resultaban monstruos marinos cuando los hombres se acercaban hipnotizados por el canto… O cuando en un reino perdido los compañeros de Ulises (mi papá me dice que eran esclavos del héroe y no sé si creerle) fueron convertidos en cerdos por una hechicera malvada (muy parecida a la abuela de Ulises). Pero no, nada de eso puede ocurrir ni con mi amigo ni conmigo.

El nombre de Ulises es interesante como el mío. Mi nombre es Paramaconi. Aquella vez cuando conocí a su papá, le pregunté si él se llamaba como su hijo y contestó que sí alborotándome el cabello. Le pregunté de dónde era ese nombre y me dijo que de la mitología griega y, entonces, cuando seguí con las preguntas me respondió que le gustaría conversar conmigo, pero debía estar con su hijo porque eran pocas las veces que podía verlo. Al día siguiente le pedí a la maestra que me explicara qué era eso de la mitología griega y entonces me dijo un montón de cosas que estoy ordenándolas en mi mente y hasta las he anotado en un cuaderno para que no se me olviden. También leí algo en Internet. Mi nombre también pertenece a una historia, pero a una más real, a una que es indígena, llena de batallas y defensas contra los invasores españoles, eso me lo dijo mi abuela Encarnación. Paramaconi significa “caimán pequeño”; es como imaginar que ese caimán pequeño nace de la tierra. Yo soy un caimán con alma de tierra.

El señor Ulises sacó de su bolso una piedra de coral y me hizo prometerle que sería amigo de su hijo, como un hermano mayor, y puso la pieza en mi mano en señal de que era un compromiso. Me dijo: “Cuando veas la piedra estarás siempre pendiente de lo que prometiste”. Por eso, cuando miro a Ulises jugar solo en el jardín y hablar como si estuviese acompañado aprieto la piedra que llevo en el bolsillo de mi pantalón y recuerdo mi promesa. Pero ¿cómo vuelvo a entrar en su casa?

He pensado en un plan para acercarme a Ulises. Debo convencerlo de que hay unas aventuras que podemos vivir juntos. Es cierto que la brisa marina hace reír a la gente. Quiero que Ulises ría y sea feliz para que cuando llegue a adulto no olvide nunca que una vez vivió aventuras extraordinarias con un amigo de infancia. Para que sus enojos no sean tan largos, para que no herede el regaño adelantado en su rostro, para que no se sienta ni hable solo por la calle.

He pensado que puedo invitar a Ulises a un paseo en el barco grande de mi tío Toño José que es pescador. El barco está fondeado en la bahía de Juan Griego. A veces me ha llevado con él y veo cómo se hace a la pesca y me imagino que las sirenas saltarán de un momento a otro como los delfines cuando siguen el curso del barco. He pensado que sería fabuloso tener una aventura en altamar y luchar contra monstruos o leviatanes. Y después, en el descanso, dejar que la lluvia caiga en nuestros rostros por largo rato o ver los peces luminosos que por momentos alumbran la ruta de navegación en las noches como mensajeros de la luna.

Es posible que Ulises vuelva a reír y deje de hablar con seres invisibles, aunque mi abuela me diga que tenga paciencia con él porque está enfermo, porque está perdido como en un túnel y nadie puede entrar en él. Pero es que él en realidad no está enfermo. Solamente está en su mundo como yo estoy en el mío que no es tan distinto al suyo y si unimos nuestras fantasías, yo puedo acompañarlo, cuidarlo como su hermano mayor, entonces algún día, claro que sí, algún día él me contará a mí qué le parecieron nuestras aventuras.  

Hace tres días le pedí a mi tío que hiciera algo por mí. Le dije que hablara con Sofía, la mamá de Ulises, para que le permitiera navegar con nosotros. Mi tío me dijo que debíamos invitarla a ella también. Pensándolo mejor creo que a la señora Sofía le hace falta ver el mar. Pero tuvo que intervenir mi mamá para convencerla de que le haría bien a los dos respirar la brisa marina (y hasta a los tres si su suegra se sumaba).

Salimos el viernes de madrugada. Tío Toño José decidió no hacer faena y nos regaló un paseo por el archipiélago Los Testigos. Ulises estaba sentado, distraído como siempre,  mientras Sofía hablaba con mi mamá. De pronto vimos los delfines saltando y siguiendo al barco, también aparecieron unos cachalotes. Todos estábamos eufóricos viendo aquel espectáculo y cuando giré, como lo hacía cada cierto tiempo para ver a mi amigo, me percaté de que Ulises no estaba sentado. Lo busqué con la mirada por el perímetro del barco y allí estaba, a un costado, cerca de la proa, señalando a los delfines y gritando como los demás. Cuando le avisé a su mamá para que lo viera, ella se quedó paralizada como si estuviese ante un espanto y corrió a abrazarlo. Los demás estábamos con la boca abierta de la impresión. Lo levantó en sus brazos y empezó a señalar con él los cachalotes, ella le hacía preguntas y él le contestaba como si nada hubiese ocurrido, como si hubiese despertado de un sueño profundo o hubiese llegado de un largo viaje en donde luchó contra los obstáculos más terribles y monstruosos.

Desde entonces, desde ese día inolvidable, soy el hermano mayor de Ulises, quien ahora ha emprendido un viaje donde hay personas de carne y hueso con las que habla. La mamá de Ulises y su abuela casi me adoptan porque no quieren que salga de su casa.


Yo soy Paramaconi, el caimán pequeño que cuida la tierra, el caimán que ruge a los monstruos que quieran invadir los sueños de Ulises.  

La literatura infantil y juvenil al alcance

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Edgar Clément

SOBRE LA AUTORA

Ramelis Velásquez (1968). Autora venezolana. Realizó estudios de Letras en la Universidad Central de Venezuela. Licenciada en Educación, mención Lengua (UNA) y Magíster en Educación Abierta y a Distancia por la misma institución, Terapeuta transpersonal, Coach ontológico. Narradora, ensayista e investigadora de la literatura infantil y juvenil. Se ha destacado como cuentista, así como ensayista de temas sobre poesía y narrativa, en especial, las que han sido dirigidas a niños, niñas y adolescentes. Su labor de investigadora se ha centrado en el proceso de recepción de las obras destinadas a los jóvenes lectores. Ha facilitado talleres de teoría y crítica de la LIJ y sobre el proceso de lectura. Correctora de la revista latinoamericana de poesía Poda (Fondo Editorial del Caribe, Barcelona, estado Anzoátegui). Ha publicado diversos ensayos y cuentos en antologías y en portales literarios de la Web. Es autora de ocho libros. Ganadora de la II Bienal Nacional de Literatura "Julian Padrón" 2013. Ha sido docente de pregrado y postgrado. Actualmente se dedica a la terapia transpersonal, a la docencia en Educación Media y a sus proyectos literarios.