La luna de Aquiles
Ramelis Velásquez
Para el niño que fue Aquiles Nazoa
La
abuela decía que la luna era el invento
de cada hombre. La luna que yo veo no es igual a la tuya. La mía quiere
apagarse porque de tanto mirarla ya la tengo en los ojos y cuando me toque
cerrarlos ella se vendrá conmigo. Mi luna grande, pesada, tan vieja como yo,
tan majadera y, a veces, injustamente olvidada como yo. Aquiles la escuchaba
con la mirada fija en la cinta plateada agitada por el viento. Una línea de mar
que ondeaba suavemente dibujando el golfo, haciéndolo más visible entre las
sombras de los cerros.
En
medio de lomas espesas se levantaba Pico Estrella, un lugar mágico donde vivían
Aquiles y la abuela. Las estrellas caían y se incrustaban en el cerro, entonces
comenzaba aquella proyección de luz que iluminaba todo el barrio por largas
noches. Allí, cada elemento de la naturaleza tenía una manera especial de presentarse.
Los árboles caminaban por el patio en las noches, las iguanas lucían pieles
fosforescentes, la abuela estiraba su cuello elástico mientras hablaba.
_Abuela,
¿cómo sabes tanto de la luna?
_No
lo vas a entender tan pronto. Fíjate, yo
sólo puedo hablarte de mi luna, la misma que soñé cuando era niña. Tendrás
que buscarte una.
_Abuela,
¿para qué buscarla si está ahí todo el tiempo?
_Justamente,
eso es lo que yo llamo pereza para inventar.
_Pero,
abuela, ¿cuál es la diferencia?
_La
diferencia está en que un día la quise de otra manera y fue así. Debes tener
mucha imaginación para eso.
Aquiles
no entendió mucho lo que la abuela le dijo. Pero si de inventar se trataba, en
el Colegio desplegaba todo su talento
añadiendo cosas nuevas a su lista de mentiras. Imaginar una luna se le antojaba
innecesario porque ya alguien, seguramente más importante y más grande que él,
lo había hecho. Así estuvo un buen rato, pensando y hablando solo hasta que se
fue quedando dormido.
Al cerrar completamente los ojos, vio
la luna aproximarse de manera tan violenta que no pudo contener el grito. Cada
vez que cerraba los ojos ocurría lo mismo. Decidió, entonces, recostarse en la
hamaca y pensar en cosas distintas. Mientras miraba al vacío, sin advertirlo,
empezó a fantasear.
Un
ángel inmenso vuela en círculo soplando una burbuja entre sus manos. Sopla con
fuerza y el aire es blanco, extrañamente pesado. La burbuja crece redonda,
brillante, quieta; el ángel la guinda en el telón negro que ha caído desde lo
alto. Pero esto dura poco. Justo antes del amanecer se oyen los graznidos de un
viejo pelícano que de manera curiosa sale de la cinta plateada que está a lo
lejos. Algo no anda bien. ¿Qué hace la abuela aquí? Ella es el pelícano. Tiene
el pelo alborotado y ahora sus manos son plumas. Sube hacia la luna y la
picotea hasta desinflarla. Entonces, el ángel muy enfadado le repara los
agujeros cubriéndola de parches. Por eso tiene manchas oscuras en su rostro.
Aquiles
quiere una luna menos frágil. La convierte en el camafeo de la noche prendiendo
con su luz las sombras y los espejos. Y allí está la abuela viéndose en uno de esos espejos,
tiene en su vestido negro un camafeo en forma de luna. No puede ser. Aquiles se
desespera y hace un globo con la luna para escapar hacia el universo, pero
salen a su encuentro unas manos aladas que lo quieren atrapar. Abre los ojos y
las manos lo tocan, lo acarician, le dan palmadas para que se levante porque ya
amaneció, porque su luna siguió un
recorrido distinto buscando otro amigo que la traiga de regreso.
Al
pasar los años, ya en compañía de su nieto, Aquiles recuerda que un día quiso
inventar una luna.
_No fue nada fácil. Yo la había imaginado tanto que ya llevaba una por dentro. A
través del espejo la veía diminuta en mis ojos. Mi luna era pequeña como yo,
tan juguetona que le había robado las alas a un pájaro de madera que estaba en
el jardín. Mi abuela me decía que para mirar de verdad a la luna primero hay
que inventarla.
_Está
bien, abuelo, pero dime ¿qué puedo hacer con esa luna que patina por el lomo de
los cerros?
Fuente: La luna de Aquiles (2003). Barcelona (Anzoátegui): Fondo Editorial del Caribe.
Fuente: La luna de Aquiles (2003). Barcelona (Anzoátegui): Fondo Editorial del Caribe.
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