La palabra fantasía viene del griego
  "phantasia", que significa: facultad mental para imaginarse cosas
  inexistentes y proceso mediante el cual se reproducen con imágenes los
  objetos del entorno. La fantasía, que debe ser defendida a toda costa,
  constituye el grado superior de la imaginación capaz de dar forma sensible a
  las ideas y de alterar la realidad, de hacer que los animales hablen, las
  alfombras vuelen y las cosas aparezcan y desaparezcan como por arte de magia. 
 La fantasía recoge su material de la realidad
  interna y externa, con la cual se concibe una realidad distinta,
  revirtiéndola o reformándola. Con el golpe de la imaginación se puede asociar
  las imágenes de la realidad y agruparlas en una totalidad con significado
  diferente, como el hecho de juntar el cuerpo de un hombre y un caballo para
  dar nacimiento a un centauro o dotar propiedades humanas a animales y objetos
  inanimados. Con la fantasía se puede deformar la personalidad a partir de un
  pequeño defecto; por ejemplo, quitarle la propiedad de maldad a lo diabólico
  o hacer de la virtud de lo bueno mucho más bueno. 
 
La fantasía cumple una función imprescindible en
  nuestras vidas, no sólo porque sirve como válvula de escape a la realidad
  existencial, sino también porque es la fuerza impulsora que permite
  rectificar la realidad insatisfactoria y realizar los deseos inconclusos por
  medio de los ensueños. "Si la persona es pasiva, si no lucha por un
  futuro mejor y su vida actual es difícil y falta de alegrías, con frecuencia
  se crea una vida ilusoria, inventada, en la que se satisfacen completamente
  sus necesidades, donde él todo lo puede, donde ocupa una posición imposible
  de alcanzar en el momento actual y en la vida real. La imaginación pasiva
  puede surgir no intencionalmente. Esto sucede principalmente cuando se
  debilita la actividad de la conciencia, del segundo sistema de señales, en un
  estado de ocio temporal, en estado de somnolencia, en estado de afecto,
  durante el sueño (los sueños), en estado de afecciones patológicas de la
  conciencia (alucinaciones), etc." (Petrovski, A., 1980, p. 323). 
 
La fantasía, al igual que el pensamiento, es uno de
  los procesos cognoscitivos superiores que nos diferencian de la actividad
  instintiva de los animales irracionales. No es casual que en el plano laboral
  sea imposible empezar un trabajo sin antes imaginar su resultado. La fantasía
  es tan importante para construir una mesa como para escribir un libro, pues
  ambos requieren ser planificados por anticipado, para obtener el mismo
  resultado que se concibió por medio de la imaginación; un aspecto que es
  indispensable en el trabajo artístico, científico, literario, musical y en
  todas las actividades en las cuales interviene la capacidad creativa. 
 
La fantasía, como cualquier otro aspecto del
  conocimiento humano, ha sido un tema que ocupó el tiempo y la mente de los
  hombres desde la más remota antigüedad. Los filósofos como Schiller,
  Schelling, Schopenhauer y Hegel, ponderaron el rol activo de la fantasía en
  los procesos racionales y cognitivos, mientras los escritores románticos,
  como Wordsworth y Coleridge, sostuvieron la teoría de que sólo a través de la
  fantasía se podía alcanzar la ciencia y la verdad. 
 
Sin fantasía no es posible ningún conocimiento
  humano. La imaginación, concebida como una facultad capaz de reproducir mentalmente
  las causas y soluciones de los problemas reales, es la mejor ayuda para un
  psicólogo, sobre todo cuando tiene que hacerse una idea de la situación del
  paciente y debe encontrar la orientación terapéutica correcta. La psicología
  moderna ha constatado que el poder de la fantasía sobre la psique es más
  determinante que el principio del deseo, pues se dice que en el conflicto
  entre deseo y fantasía es siempre la fantasía la que se sobrepone al
  principio del deseo. 
 
La fantasía, aparte de constituir uno de los
  elementos vitales que permitieron al hombre sobrevivir en medio de la
  naturaleza salvaje, es un don que deben cultivar los individuos, pues sin
  ella sería más difícil reformar o transformar la realidad insatisfactoria y
  alcanzar un desarrollo humanístico y tecnológico en provecho de la
  colectividad. La fantasía forma parte de nuestro cerebro desde el instante en
  que la usamos como mecanismo de supervivencia, para descubrir nuestra
  situación existencial, contemplar el mundo desde otras perspectivas,
  estimular nuestras posibilidades creativas y satisfacer los deseos no
  cumplidos. En concreto, como señaló J. J. R. Tolkien: "La fantasía es,
  como muchas otras cosas, un derecho legítimo de todo ser humano", pues a
  través de ella se halla una completa libertad y satisfacción. 
  
 
Consideraciones sobre la fantasía infantil 
 
Bruno Bettelheim, en su investigación psicoanalítica
  de los cuentos de hadas, encontró en la trama un alto valor estético y
  terapéutico, capaz de desencadenar las ataduras neuróticas y ayudar a los
  niños a solucionar sus angustias y conflictos emocionales. Sin embargo, ya
  mucho antes de que Bettelheim diera a conocer su Psicoanálisis de los
  cuentos de hadas, Sigmund Freud definió la fantasía como un fenómeno
  inherente al pensamiento, como una actividad psíquica que está en la base del
  juego de los niños y en el arte de los adultos, puesto que los instintos
  insatisfechos son las fuerzas impulsoras de la fantasía y cada fantasía es
  una satisfacción de deseos, una rectificación de la realidad insatisfactoria.
  Tanto el juego como el arte ayudan al individuo a soportar una realidad
  apuntalada de conflictos emocionales y contradicciones sociales. "¿No
  habremos de buscar ya en el niño las primeras huellas de la actividad
  poética?", indagaba Freud. "La ocupación favorita y más intensa del
  niño es el juego. Acaso sea lícito afirmar que todo niño que juega se conduce
  como un poeta, creándose un mundo propio o, más exactamente, situando las
  cosas de su mundo en un orden nuevo, grato para él. Sería injusto en este
  caso pensar que no toma en serio ese mundo; por el contrario, toma muy en serio
  su juego y dedica en él grandes afectos. La antítesis del juego no es la
  gravedad, sino la realidad. El niño distingue muy bien la realidad del mundo
  y su juego, a pesar de la carga de afecto con que lo satura, y gusta de
  apoyar los objetos y circunstancias que imagina en objetos tangibles y
  visibles del mundo real. Este apoyo es lo que aún diferencia el ‘jugar’
  infantil del ‘fantasear’ (...). El poeta hace lo mismo que el niño que juega:
  crea un mundo fantástico y lo toma muy en serio; esto es, se siente
  íntimamente ligado a él, aunque sin dejar de diferenciarlo resueltamente de
  la realidad (...). Cuando el niño se ha hecho adulto y ha dejado de jugar;
  cuando se ha esforzado psíquicamente, a través de decenios enteros, en
  aprehender, con toda la gravedad exigida, las realidades de la vida, puede
  llegar un día a una disposición anímica que suprima de nuevo la antítesis
  entre el juego y la realidad. El adulto puede evocar con cuánta gravedad se
  entregaba a sus juegos infantiles y, comparando ahora sus ocupaciones
  pretendidamente serias con aquellos juegos pueriles, rechazar el agobio
  demasiado intenso de la vida y conquistar el intenso placer del humor (...).
  El hombre que deja de ser niño, en lugar de jugar, fantasea. Hace castillos
  en el aire; crea aquello que denominamos ensueños o sueños diurnos"
  (Freud, S., 1984, pp. 10-11). 
 
De modo que la actividad de la fantasía es la
  creación artística, los sueños diurnos y el ingenioso juego de los niños,
  especialmente el "juego de roles", a través del cual los niños
  representan el rol profesional y familiar de los adultos. El niño, en su
  deseo de ser adulto, juega a ser mayor, imitando en el juego lo que de la
  vida de los mayores ha llegado a conocer. Pero no tiene motivo alguno para
  ocultar tal deseo, como ocurre con el adulto, quien, sujeto a las normas
  lógicas y racionales de su entorno, se avergüenza de sus fantasías porque las
  considera propias de un infantilismo pueril e ilícito. El niño, en cambio,
  juega y fantasea hasta el cansancio, representa una serie de personajes en su
  proceso de socialización, independientemente de cuál sea la reacción de su
  entorno. El niño imita el ladrido del perro y representa a los personajes del
  cine y la televisión. En su mundo fantástico todo es posible: la hormiga
  habla con voz humana, el árbol corre por las praderas y las piedras levantan
  vuelo como los pájaros. El niño, a diferencia del adulto, no tiene por qué
  avergonzarse ni ocultar sus fantasías a los demás. Él es el artífice de un
  mundo hecho de magia y fantasía, donde sólo tienen acceso quienes están
  dispuestos a seguir sus reglas. 
 
El juego es una de las actividades principales del
  niño en el período preescolar, pues le permite desarrollar sus facultades
  sociales e imaginativas, en virtud de que "la situación imaginada es
  elemento indispensable del juego y es una transformación libre, no limitada
  por las reglas de la lógica y por las exigencias de que debe parecer real, de
  la reserva de representaciones acumulada por el niño. La imagen de la
  fantasía se manifiesta aquí como programa de la actividad creativa. El niño
  que imagina ser cosmonauta estructura correspondientemente su conducta y la
  conducta de sus compañeros de juego: se despide de sus "parientes y
  amigos", da parte al "constructor general", representa el
  cohete durante la partida y, a sí mismo, dentro del cohete, etc. Los juegos
  con personajes que ofrecen rico alimento a la imaginación infantil permiten
  al niño profundizar y consolidar cualidades valiosas de la personalidad
  (valentía, decisión, organización, ingenio, etc.), confrontando su conducta y
  la conducta ajena en la situación imaginada y con la conducta del personaje
  imaginado, el niño aprende a realizar las necesarias evaluaciones y
  comparaciones" (Petrovski, A., 1976, pp. 329-330). 
 
La fantasía, que emerge de lo concreto y no de lo
  abstracto, hace que el niño invente y modifique su entorno, así como Leonardo
  da Vinci diseñó una nave espacial luego de observar a los pájaros, o como
  Julio Verne escribió aventuras de submarinos después de observar a los peces.
  Del mismo modo, los niños, por medio de su imaginación inagotable,
  transforman la realidad en la que viven, sobre todo, si se piensa que
  cualquier actividad fantástica en ellos es reproducción, herencia o imitación
  de su experiencia anterior, de acciones y situaciones observadas, sentidas u
  oídas en la naturaleza y en el mundo adulto. La prueba está en que un niño
  puede tenderse de bruces sobre el césped e imaginar que las nubes son
  monstruos surcando el espacio o, estando sentado en una caja, imaginarse que
  es un pirata a bordo de una nave meciéndose en alta mar, asediado por
  ballenas y tiburones. 
 
La fantasía no es un privilegio reservado sólo para
  escritores y pintores, sino una facultad humana que ocupa un primer lugar en
  la vida mental de los niños, quienes, como los hombres primitivos, recurren a
  la imaginación para compensar su falta de capacidad cognoscitiva. Según Henri
  Wallon: "Lo único que sabe el niño es vivir su infancia. Conocerla
  corresponde al adulto" (Wallon, H., 1980, p. 13). 
 
Una de las constantes del poder de la fantasía es
  que los niños, mejor que nadie, gozan con las aventuras de la imaginación,
  con esos hechos y personajes que los transportan hasta la sutil frontera que
  separa a la realidad de la fantasía, pues todo lo que es lógico para el
  adulto, puede ser fantástico para el niño, y todo lo que al adulto le sirve
  para descansar, al niño le sirve para gozar. El niño, a diferencia del
  adulto, ve en el realismo un mundo lleno de magia y ficción, como dijera la
  psicóloga italiana Paula Lombroso: "Todas nuestras distinciones doctas y
  sutiles entre el reino animal, vegetal y mineral, entre cosas animadas e
  inanimadas, no existen para los niños" (Lombroso, P., 1923, p. 142). 
  
 
La fantasía como estímulo de la creatividad 
 
La fantasía es una condición fundamental del
  desarrollo normal de la personalidad del niño, le es orgánicamente inherente
  y necesaria para que se expresen libremente sus posibilidades creadoras. La
  fantasía estimula al hombre común y al hombre de ciencia. El físico
  alemán-americano Albert Einstein, entrevistado por George Silvestre Viereck
  en 1929, dijo: "Soy lo suficientemente artista como para dibujar
  libremente sobre mi imaginación. La imaginación es más importante que el
  conocimiento. El conocimiento es limitado. La imaginación circunda el mundo
  (...). Cuando me examino a mí mismo y mis formas de pensar, llego a la
  conclusión de que el regalo de la fantasía ha significado más para mí que mi
  talento para absorber el conocimiento positivo". Sin duda, ninguna
  persona activa y de pensamiento normal podría vivir sin fantasía. Varios
  matemáticos, atribuyéndole gran importancia al papel de la imaginación en la
  vida de los seres humanos y la creación científica, manifestaron que ni los
  cálculos diferenciales ni integrales se pudieron haber descubierto sin la
  ayuda de la fantasía. 
 
La historia de los descubrimientos científicos
  contiene gran cantidad de ejemplos en que la imaginación intervino como uno
  de los elementos más importantes de la actividad científica, en virtud de que
  la fantasía tiene una propiedad cuyo valor y cualidad es inestimable. Opinión
  que comparte el escritor Kornej Chukovski, quien, en su libro De los dos a
  los cinco cuenta el caso de una madre, enemiga de los cuentos y de la
  fantasía, cuyo hijo, quizás por venganza por habérsele quitado los cuentos,
  empezó a entregarse a la fantasía más exuberante. Así, "inventa que a su
  habitación fue a visitarlo un elefante rojo, que tiene una osa amiga y, por
  favor, no se siente en la silla del lado, porque, ¿acaso no ve? Está la osa en
  esta silla. ‘Mamá, ¿dónde vas? ¡Vas donde los lobos! ¡No ves que aquí están
  los lobos!’ " (Chukovski, K., 1968, p. 277). 
 
Entre los estudiosos de la literatura, algunos
  tendieron cercos a la fantasía como si fuese un elemento de dimensiones
  determinadas, al que se le puede empaquetar para hacer regalos de cumpleaños
  o Navidad; mientras otros, simple y llanamente, negaron su existencia, como
  quien niega la existencia de los sentimientos y los sueños por carecer de
  cuerpo. Empero, la mejor respuesta a esta tendencia nihilista fue la de guiar
  a los niños hacia el mundo de la fantasía, que es su propio mundo, con la
  ayuda de libros que estimulan el desarrollo de su imaginación, su destreza
  lingüística y sensibilidad estética. El psicólogo considera que "la imaginación
  favorece al desarrollo de la actividad mental del niño, como si fuese una
  gimnasia voluntaria, y la compara con la actividad física intensa de los
  primeros años de vida, que favorece el desarrollo muscular del cuerpo. Y
  también reconoce en la imaginación instrumentos de conocimiento de sí mismo y
  del mundo que le rodea" (Elizagaray, M-O., 1976, p.16). 
 
El psicólogo suizo Jean Piaget estaba convencido de
  que el niño estructura su capacidad y sus conocimientos a partir de su
  entorno y de sí mismo, por medio de estructurar sus experiencias e
  impresiones, y organizar sus instrumentos de expresión. Cuando el niño
  escucha un cuento fantástico o de hadas, que trata sobre algo nuevo, puede
  aprender y asimilar con la ayuda de sus conceptos y experiencias anteriores,
  y para alcanzar una comprensión más profunda y desarrollar su nuevo concepto,
  el niño acomoda sus conocimientos nuevos a sus conocimientos viejos. Según
  confirman muchos antecedentes psicológicos, la fantasía del niño es una de
  las condiciones más importantes para la asimilación de la experiencia social
  y los conocimientos. 
  
 
Fantasía y literatura infantil 
 La actividad lúdica de los niños, como la fantasía y
  la invención, es una de las fuentes esenciales que le permiten reafirmar su
  identidad tanto de manera colectiva como individual. La otra fuente esencial
  es el descubrimiento de la literatura infantil cuyos cuentos populares,
  relatos de aventuras, rondas y poesías, le ayudan a recrear y potenciar su
  fantasía. 
 
La literatura infantil, aparte de ser una auténtica
  y alta creación poética, que representa una parte esencial de la expresión
  cultural del lenguaje y el pensamiento, ayuda poderosamente a la formación
  ética y estética del niño, al ampliarle su incipiente sensibilidad y abrirle
  las puertas de su fantasía. 
Sin embargo, así como la fantasía es un poder
  positivo que estimula la creatividad humana, es también un poder peligroso,
  si a través de ella se exaltan valores que rompen con las normas morales y
  éticas de una sociedad determinada. Claro está que la fantasía por la
  fantasía no es ninguna garantía para que la literatura sea de por sí buena y
  sus fines constructivos. La fantasía, como cualquier otra facultad humana,
  puede ser usada como un recurso negativo. Esto ocurre, por citar un caso,
  cuando por medio de una obra literaria se proyectan prejuicios sociales o
  raciales, con el fin de lograr objetivos que son negativos para la
  convivencia social y la formación de la personalidad del niño. 
 
Afortunadamente, gracias a la acción de los
  mecanismos de la imaginación, tanto el transmisor (autor) como el receptor
  (lector), saben que el argumento y los personajes de una obra literaria no
  siempre corresponden a la realidad, sino a la fantasía de su creador, quien,
  a diferencia de lo que sucede en la vida concreta, determina con su
  imaginación el destino de los personajes, el hilo argumental, la trama y el
  desenlace de la obra. En este caso, la fantasía del autor nos acerca a una
  nueva realidad que, aun siendo ficticia, ha sido inventada sobre la base de
  los elementos arrancados de la realidad. Asimismo, la fantasía no sólo cumple
  una función invalorable en la vida del escritor, sino también del hombre de
  ciencia. La fantasía prueba las posibilidades del pensamiento, encuentra
  nuevos medios y realiza los proyectos que luego se modifican con un
  pensamiento crítico. La fantasía es una palanca que sirve para transformar
  una realidad determinada y crear una obra que aún no existe. 
 
Si bien es cierto que los cuentos populares han
  amamantado durante siglos la fantasía de grandes y chicos, es también cierto
  que ha llegado la hora de plantearse la necesidad de forjar una literatura
  específica para los niños, una literatura que desate el caudal de su
  imaginación y se despliegue de lo simple a lo complejo; de lo contrario, ni
  el libro más bello del mundo logrará despertar su interés, si su lenguaje es
  abstracto, su sintaxis intrincada y su contenido exento de fantasía. 
 
Se debe partir del principio de que la imaginación
  está estrechamente vinculada al pensamiento y de que el pensamiento mágico
  del niño hace de él un poeta por excelencia. Toda obra que se le destine debe
  tener un carácter imaginario, un lenguaje sencillo y agradable, sin que por
  esto tenga que simplificarse o trivializarse. A este texto, depurado de toda
  lisonja idiomática, moral y retórica, se le debe añadir, en el mejor de los
  casos, ilustraciones que despierten su interés. Sólo así se garantizará que
  el niño encuentre en la obra literaria a su mejor compañero. 
 
Las joyas literarias más codiciadas por los niños
  son los cuentos fantásticos, que narran historias donde los árboles bailan,
  las piedras corren, los ríos cantan y las montañas hablan. Los niños sienten
  especial fascinación por los castillos encantados, las voces misteriosas y
  las varitas mágicas. 
 
El cuento, género en el cual es posible todo,
  también ha despertado el talento y la creatividad de muchos hombres célebres,
  y, para ilustrar esta afirmación, valga recordar la anécdota vertida por la
  bibliotecaria norteamericana Virginia Haviland, en el XV Congreso
  Internacional del IBBY, celebrado en Atenas en 1976: un día, una madre
  angustiada se dirige al padre de la Teoría de la Relatividad para pedirle un
  consejo: ¿qué debo leerle a mi hijo para que mejore sus facultades
  matemáticas y sea un hombre de ciencia? Cuentos, contestó Einstein. Muy bien,
  dijo la madre. Pero, ¿qué más? Más cuentos, replicó Einstein. ¿Y después de
  eso?, insistió la madre. Aún más cuentos, acotó Einstein. 
 
Los poetas, sabios y niños, conocen los dones que
  los cuentos populares otorgan a los humanos para que éstos no pierdan el
  enlace con el maravilloso mundo al que tuvieron acceso en un tiempo remoto, y
  que aún siguen añorando. Dimensión mágica a la cual se refirió Alexander
  Solzhenitsin en su discurso de agradecimiento por el Premio Nobel de
  Literatura, que se le concedió en 1970: "Hay cosas que nos llevan más
  allá del mundo de las palabras; es como el espejito (diría también Alicia
  mirándose en el espejo inventado por Lewis Carroll) de los cuentos de hadas:
  se mira uno en él y lo que ve no es uno mismo. Por un instante vislumbramos
  lo inaccesible, por lo que clama el alma". 
 
Nadie sabe con certeza a qué edad, forma o
  circunstancia aparece la imaginación en el niño. Empero, la aparición de las
  imágenes de la fantasía, que juegan un rol preponderante en su vida, es el
  resultado de la actividad del cerebro humano, compuesto de dos hemisferios
  que poseen numerosas circunvoluciones, que ponen en funcionamiento tanto la
  imaginación como otros procesos psíquicos. 
  
 
Fantasía, animismo y mentira 
 
Por la importancia que reviste la imaginación en los
  niños, los psicólogos han dividido la evolución de la fantasía en etapas: la
  primera consiste en el paso de la imaginación pasiva a la imaginación activa
  y creadora; la segunda, conocida con el nombre de "animismo", es la
  etapa en la cual el niño atribuye conciencia y voluntad a los elementos
  inorgánicos y a los fenómenos de la naturaleza. La fantasía del niño tiene
  tanto poder que es capaz de dotarle vida al objeto más insignificante. Por ejemplo,
  los de edad preescolar, al margen de personificar las funciones cotidianas de
  ciertos individuos del conglomerado social, pueden también personificar las
  letras del abecedario, decir que la letra "a" es una señora
  gorda y la "i" un caballero con sombrero. "La fantasía
  infantil", explica el psicólogo Lawrence A. Averill, "no conoce
  frenos: acá acepta el mundo tal como es. Allá lo rehúsa, en otra parte lo
  transforma (...). En este mundo que gira alrededor de la personalidad
  infantil, las reglas son aburridas o superfluas, el orden, el decoro, la
  consideración para los demás, pensamientos secundarios de adultos". Y,
  agregando, Cousinet dice: "El mundo en el cual vivimos no es el mismo
  que él —el niño— conoce. Los objetos no son los mismos, sino algo de ellos
  mismos y de cualquier otra cosa. La muñeca es una muñeca y también una
  pequeña niña; la silla es una silla y también un coche, un vagón de
  ferrocarril un vapor; el bastón es también un bastón y un caballo, el propio
  cuerpo es un cuerpo humano y en ocasiones también el cuerpo de una bestia. La
  preferida imaginación que el niño desliza en sus juegos, no es más que una
  confusión fácilmente observable (...). Una calabaza es una carroza, un ogro
  es un león o un ratón, una rata es un lacayo. Ulises es un joven o un viejo,
  Minerva es una diosa y una mortal. Proteo es todo lo que el niño quiere, un
  gato habla como un hombre, botas mágicas se adaptan a todos los pies. Es una
  transformación perpetua. Nada es sino que lo parece ser y las cosas sinfin y
  los seres pasan de un estado a otro, sin que uno pueda asirse de nada, sin
  que nada parezca estable, inmóvil, en este mundo irreal hecho de luz y de
  sombra" (Cousinet, R., 1911). 
Una vez superada la etapa del "animismo",
  esencialmente vinculada a los objetos y al contexto familiar, el niño ingresa
  a la tercera etapa, en la cual imagina a personajes sobrenaturales cuyas
  hazañas lo seducen y sugestionan. "Empieza a darse cuenta de la
  complejidad del mundo con el arribo a esta llamada edad de la imaginación,
  que coincide con la entrada en la ‘edad de la razón’ (...). En este momento
  su interés se vuelve hacia los cuentos folklóricos primitivos, llamados a
  veces en un sentido genérico, cuentos de hadas, que los transportan al reino
  de lo fabuloso" (Elizagaray, M-O., 1975, p. 30). 
 
El niño parece un hombre primitivo que, deslumbrado
  por lo desconocido y maravilloso, cree que los astros son seres fantásticos
  dominando sobre él y a quienes se les debe rendir pleitesía como lo hacían
  los incas al sol y la luna. Su imaginación galopante crea personajes
  esotéricos; unas veces bellísimos y otras horribles; de su temor surgen las
  hadas y los duendes, que lo protegen y lo amenazan. Los mitos y las leyendas,
  en sus versiones más sencillas, le encantan y sobrecogen como al hombre
  primitivo. Además, en este período entra en contacto con la escuela, el
  maestro y la literatura, que lo conducen de la mano por un mundo lleno de
  fantasía y misterio. Como bien decía Claparède: "El niño deforma la
  verdad y se gana el epíteto de embustero, sin embargo no tiene intención de
  engañar, sino que prolonga una comedia de la cual él mismo es juego a
  medias" (Claparède, É., 1916, p. 448). 
 
Lo cierto es que la fabulación del niño no tiene
  nada que ver con la mitomanía del adulto. Para el niño es normal trocar la
  realidad en fantasía y la fantasía en realidad; la mentira en el adulto, en
  cambio, es una alteración de la verdad de manera voluntaria y consciente. No
  obstante, desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, muchos siguen
  considerando al niño como un "homúnculo" (adulto en miniatura) y
  siguen exigiendo de él un razonamiento lógico, a pesar de que la psicología
  evolutiva ha demostrado que el niño tiene un dinamismo propio que lo
  diferencia del adulto. 
  
 
Bibliografía 
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       de Prácticas Escolares, Montevideo, 1942.
 
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       Édouard: Psicología del niño y pedagogía experimental, Madrid,
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       Sigmund: Psicoanálisis aplicado y técnica psicoanalítica, Ed.
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       López, Waldo: Escribir para niños y jóvenes, Ed. Gente Nueva, La
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- Petrovski,
       A.: Psicología general, Ed. Progreso, Moscú, 1980.
 
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       Henri: La evolución psicológica del niño, Ed. Grijalbo,
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