La palabra fantasía viene del griego
"phantasia", que significa: facultad mental para imaginarse cosas
inexistentes y proceso mediante el cual se reproducen con imágenes los
objetos del entorno. La fantasía, que debe ser defendida a toda costa,
constituye el grado superior de la imaginación capaz de dar forma sensible a
las ideas y de alterar la realidad, de hacer que los animales hablen, las
alfombras vuelen y las cosas aparezcan y desaparezcan como por arte de magia.
La fantasía recoge su material de la realidad
interna y externa, con la cual se concibe una realidad distinta,
revirtiéndola o reformándola. Con el golpe de la imaginación se puede asociar
las imágenes de la realidad y agruparlas en una totalidad con significado
diferente, como el hecho de juntar el cuerpo de un hombre y un caballo para
dar nacimiento a un centauro o dotar propiedades humanas a animales y objetos
inanimados. Con la fantasía se puede deformar la personalidad a partir de un
pequeño defecto; por ejemplo, quitarle la propiedad de maldad a lo diabólico
o hacer de la virtud de lo bueno mucho más bueno.
La fantasía cumple una función imprescindible en
nuestras vidas, no sólo porque sirve como válvula de escape a la realidad
existencial, sino también porque es la fuerza impulsora que permite
rectificar la realidad insatisfactoria y realizar los deseos inconclusos por
medio de los ensueños. "Si la persona es pasiva, si no lucha por un
futuro mejor y su vida actual es difícil y falta de alegrías, con frecuencia
se crea una vida ilusoria, inventada, en la que se satisfacen completamente
sus necesidades, donde él todo lo puede, donde ocupa una posición imposible
de alcanzar en el momento actual y en la vida real. La imaginación pasiva
puede surgir no intencionalmente. Esto sucede principalmente cuando se
debilita la actividad de la conciencia, del segundo sistema de señales, en un
estado de ocio temporal, en estado de somnolencia, en estado de afecto,
durante el sueño (los sueños), en estado de afecciones patológicas de la
conciencia (alucinaciones), etc." (Petrovski, A., 1980, p. 323).
La fantasía, al igual que el pensamiento, es uno de
los procesos cognoscitivos superiores que nos diferencian de la actividad
instintiva de los animales irracionales. No es casual que en el plano laboral
sea imposible empezar un trabajo sin antes imaginar su resultado. La fantasía
es tan importante para construir una mesa como para escribir un libro, pues
ambos requieren ser planificados por anticipado, para obtener el mismo
resultado que se concibió por medio de la imaginación; un aspecto que es
indispensable en el trabajo artístico, científico, literario, musical y en
todas las actividades en las cuales interviene la capacidad creativa.
La fantasía, como cualquier otro aspecto del
conocimiento humano, ha sido un tema que ocupó el tiempo y la mente de los
hombres desde la más remota antigüedad. Los filósofos como Schiller,
Schelling, Schopenhauer y Hegel, ponderaron el rol activo de la fantasía en
los procesos racionales y cognitivos, mientras los escritores románticos,
como Wordsworth y Coleridge, sostuvieron la teoría de que sólo a través de la
fantasía se podía alcanzar la ciencia y la verdad.
Sin fantasía no es posible ningún conocimiento
humano. La imaginación, concebida como una facultad capaz de reproducir mentalmente
las causas y soluciones de los problemas reales, es la mejor ayuda para un
psicólogo, sobre todo cuando tiene que hacerse una idea de la situación del
paciente y debe encontrar la orientación terapéutica correcta. La psicología
moderna ha constatado que el poder de la fantasía sobre la psique es más
determinante que el principio del deseo, pues se dice que en el conflicto
entre deseo y fantasía es siempre la fantasía la que se sobrepone al
principio del deseo.
La fantasía, aparte de constituir uno de los
elementos vitales que permitieron al hombre sobrevivir en medio de la
naturaleza salvaje, es un don que deben cultivar los individuos, pues sin
ella sería más difícil reformar o transformar la realidad insatisfactoria y
alcanzar un desarrollo humanístico y tecnológico en provecho de la
colectividad. La fantasía forma parte de nuestro cerebro desde el instante en
que la usamos como mecanismo de supervivencia, para descubrir nuestra
situación existencial, contemplar el mundo desde otras perspectivas,
estimular nuestras posibilidades creativas y satisfacer los deseos no
cumplidos. En concreto, como señaló J. J. R. Tolkien: "La fantasía es,
como muchas otras cosas, un derecho legítimo de todo ser humano", pues a
través de ella se halla una completa libertad y satisfacción.
Consideraciones sobre la fantasía infantil
Bruno Bettelheim, en su investigación psicoanalítica
de los cuentos de hadas, encontró en la trama un alto valor estético y
terapéutico, capaz de desencadenar las ataduras neuróticas y ayudar a los
niños a solucionar sus angustias y conflictos emocionales. Sin embargo, ya
mucho antes de que Bettelheim diera a conocer su Psicoanálisis de los
cuentos de hadas, Sigmund Freud definió la fantasía como un fenómeno
inherente al pensamiento, como una actividad psíquica que está en la base del
juego de los niños y en el arte de los adultos, puesto que los instintos
insatisfechos son las fuerzas impulsoras de la fantasía y cada fantasía es
una satisfacción de deseos, una rectificación de la realidad insatisfactoria.
Tanto el juego como el arte ayudan al individuo a soportar una realidad
apuntalada de conflictos emocionales y contradicciones sociales. "¿No
habremos de buscar ya en el niño las primeras huellas de la actividad
poética?", indagaba Freud. "La ocupación favorita y más intensa del
niño es el juego. Acaso sea lícito afirmar que todo niño que juega se conduce
como un poeta, creándose un mundo propio o, más exactamente, situando las
cosas de su mundo en un orden nuevo, grato para él. Sería injusto en este
caso pensar que no toma en serio ese mundo; por el contrario, toma muy en serio
su juego y dedica en él grandes afectos. La antítesis del juego no es la
gravedad, sino la realidad. El niño distingue muy bien la realidad del mundo
y su juego, a pesar de la carga de afecto con que lo satura, y gusta de
apoyar los objetos y circunstancias que imagina en objetos tangibles y
visibles del mundo real. Este apoyo es lo que aún diferencia el ‘jugar’
infantil del ‘fantasear’ (...). El poeta hace lo mismo que el niño que juega:
crea un mundo fantástico y lo toma muy en serio; esto es, se siente
íntimamente ligado a él, aunque sin dejar de diferenciarlo resueltamente de
la realidad (...). Cuando el niño se ha hecho adulto y ha dejado de jugar;
cuando se ha esforzado psíquicamente, a través de decenios enteros, en
aprehender, con toda la gravedad exigida, las realidades de la vida, puede
llegar un día a una disposición anímica que suprima de nuevo la antítesis
entre el juego y la realidad. El adulto puede evocar con cuánta gravedad se
entregaba a sus juegos infantiles y, comparando ahora sus ocupaciones
pretendidamente serias con aquellos juegos pueriles, rechazar el agobio
demasiado intenso de la vida y conquistar el intenso placer del humor (...).
El hombre que deja de ser niño, en lugar de jugar, fantasea. Hace castillos
en el aire; crea aquello que denominamos ensueños o sueños diurnos"
(Freud, S., 1984, pp. 10-11).
De modo que la actividad de la fantasía es la
creación artística, los sueños diurnos y el ingenioso juego de los niños,
especialmente el "juego de roles", a través del cual los niños
representan el rol profesional y familiar de los adultos. El niño, en su
deseo de ser adulto, juega a ser mayor, imitando en el juego lo que de la
vida de los mayores ha llegado a conocer. Pero no tiene motivo alguno para
ocultar tal deseo, como ocurre con el adulto, quien, sujeto a las normas
lógicas y racionales de su entorno, se avergüenza de sus fantasías porque las
considera propias de un infantilismo pueril e ilícito. El niño, en cambio,
juega y fantasea hasta el cansancio, representa una serie de personajes en su
proceso de socialización, independientemente de cuál sea la reacción de su
entorno. El niño imita el ladrido del perro y representa a los personajes del
cine y la televisión. En su mundo fantástico todo es posible: la hormiga
habla con voz humana, el árbol corre por las praderas y las piedras levantan
vuelo como los pájaros. El niño, a diferencia del adulto, no tiene por qué
avergonzarse ni ocultar sus fantasías a los demás. Él es el artífice de un
mundo hecho de magia y fantasía, donde sólo tienen acceso quienes están
dispuestos a seguir sus reglas.
El juego es una de las actividades principales del
niño en el período preescolar, pues le permite desarrollar sus facultades
sociales e imaginativas, en virtud de que "la situación imaginada es
elemento indispensable del juego y es una transformación libre, no limitada
por las reglas de la lógica y por las exigencias de que debe parecer real, de
la reserva de representaciones acumulada por el niño. La imagen de la
fantasía se manifiesta aquí como programa de la actividad creativa. El niño
que imagina ser cosmonauta estructura correspondientemente su conducta y la
conducta de sus compañeros de juego: se despide de sus "parientes y
amigos", da parte al "constructor general", representa el
cohete durante la partida y, a sí mismo, dentro del cohete, etc. Los juegos
con personajes que ofrecen rico alimento a la imaginación infantil permiten
al niño profundizar y consolidar cualidades valiosas de la personalidad
(valentía, decisión, organización, ingenio, etc.), confrontando su conducta y
la conducta ajena en la situación imaginada y con la conducta del personaje
imaginado, el niño aprende a realizar las necesarias evaluaciones y
comparaciones" (Petrovski, A., 1976, pp. 329-330).
La fantasía, que emerge de lo concreto y no de lo
abstracto, hace que el niño invente y modifique su entorno, así como Leonardo
da Vinci diseñó una nave espacial luego de observar a los pájaros, o como
Julio Verne escribió aventuras de submarinos después de observar a los peces.
Del mismo modo, los niños, por medio de su imaginación inagotable,
transforman la realidad en la que viven, sobre todo, si se piensa que
cualquier actividad fantástica en ellos es reproducción, herencia o imitación
de su experiencia anterior, de acciones y situaciones observadas, sentidas u
oídas en la naturaleza y en el mundo adulto. La prueba está en que un niño
puede tenderse de bruces sobre el césped e imaginar que las nubes son
monstruos surcando el espacio o, estando sentado en una caja, imaginarse que
es un pirata a bordo de una nave meciéndose en alta mar, asediado por
ballenas y tiburones.
La fantasía no es un privilegio reservado sólo para
escritores y pintores, sino una facultad humana que ocupa un primer lugar en
la vida mental de los niños, quienes, como los hombres primitivos, recurren a
la imaginación para compensar su falta de capacidad cognoscitiva. Según Henri
Wallon: "Lo único que sabe el niño es vivir su infancia. Conocerla
corresponde al adulto" (Wallon, H., 1980, p. 13).
Una de las constantes del poder de la fantasía es
que los niños, mejor que nadie, gozan con las aventuras de la imaginación,
con esos hechos y personajes que los transportan hasta la sutil frontera que
separa a la realidad de la fantasía, pues todo lo que es lógico para el
adulto, puede ser fantástico para el niño, y todo lo que al adulto le sirve
para descansar, al niño le sirve para gozar. El niño, a diferencia del
adulto, ve en el realismo un mundo lleno de magia y ficción, como dijera la
psicóloga italiana Paula Lombroso: "Todas nuestras distinciones doctas y
sutiles entre el reino animal, vegetal y mineral, entre cosas animadas e
inanimadas, no existen para los niños" (Lombroso, P., 1923, p. 142).
La fantasía como estímulo de la creatividad
La fantasía es una condición fundamental del
desarrollo normal de la personalidad del niño, le es orgánicamente inherente
y necesaria para que se expresen libremente sus posibilidades creadoras. La
fantasía estimula al hombre común y al hombre de ciencia. El físico
alemán-americano Albert Einstein, entrevistado por George Silvestre Viereck
en 1929, dijo: "Soy lo suficientemente artista como para dibujar
libremente sobre mi imaginación. La imaginación es más importante que el
conocimiento. El conocimiento es limitado. La imaginación circunda el mundo
(...). Cuando me examino a mí mismo y mis formas de pensar, llego a la
conclusión de que el regalo de la fantasía ha significado más para mí que mi
talento para absorber el conocimiento positivo". Sin duda, ninguna
persona activa y de pensamiento normal podría vivir sin fantasía. Varios
matemáticos, atribuyéndole gran importancia al papel de la imaginación en la
vida de los seres humanos y la creación científica, manifestaron que ni los
cálculos diferenciales ni integrales se pudieron haber descubierto sin la
ayuda de la fantasía.
La historia de los descubrimientos científicos
contiene gran cantidad de ejemplos en que la imaginación intervino como uno
de los elementos más importantes de la actividad científica, en virtud de que
la fantasía tiene una propiedad cuyo valor y cualidad es inestimable. Opinión
que comparte el escritor Kornej Chukovski, quien, en su libro De los dos a
los cinco cuenta el caso de una madre, enemiga de los cuentos y de la
fantasía, cuyo hijo, quizás por venganza por habérsele quitado los cuentos,
empezó a entregarse a la fantasía más exuberante. Así, "inventa que a su
habitación fue a visitarlo un elefante rojo, que tiene una osa amiga y, por
favor, no se siente en la silla del lado, porque, ¿acaso no ve? Está la osa en
esta silla. ‘Mamá, ¿dónde vas? ¡Vas donde los lobos! ¡No ves que aquí están
los lobos!’ " (Chukovski, K., 1968, p. 277).
Entre los estudiosos de la literatura, algunos
tendieron cercos a la fantasía como si fuese un elemento de dimensiones
determinadas, al que se le puede empaquetar para hacer regalos de cumpleaños
o Navidad; mientras otros, simple y llanamente, negaron su existencia, como
quien niega la existencia de los sentimientos y los sueños por carecer de
cuerpo. Empero, la mejor respuesta a esta tendencia nihilista fue la de guiar
a los niños hacia el mundo de la fantasía, que es su propio mundo, con la
ayuda de libros que estimulan el desarrollo de su imaginación, su destreza
lingüística y sensibilidad estética. El psicólogo considera que "la imaginación
favorece al desarrollo de la actividad mental del niño, como si fuese una
gimnasia voluntaria, y la compara con la actividad física intensa de los
primeros años de vida, que favorece el desarrollo muscular del cuerpo. Y
también reconoce en la imaginación instrumentos de conocimiento de sí mismo y
del mundo que le rodea" (Elizagaray, M-O., 1976, p.16).
El psicólogo suizo Jean Piaget estaba convencido de
que el niño estructura su capacidad y sus conocimientos a partir de su
entorno y de sí mismo, por medio de estructurar sus experiencias e
impresiones, y organizar sus instrumentos de expresión. Cuando el niño
escucha un cuento fantástico o de hadas, que trata sobre algo nuevo, puede
aprender y asimilar con la ayuda de sus conceptos y experiencias anteriores,
y para alcanzar una comprensión más profunda y desarrollar su nuevo concepto,
el niño acomoda sus conocimientos nuevos a sus conocimientos viejos. Según
confirman muchos antecedentes psicológicos, la fantasía del niño es una de
las condiciones más importantes para la asimilación de la experiencia social
y los conocimientos.
Fantasía y literatura infantil
La actividad lúdica de los niños, como la fantasía y
la invención, es una de las fuentes esenciales que le permiten reafirmar su
identidad tanto de manera colectiva como individual. La otra fuente esencial
es el descubrimiento de la literatura infantil cuyos cuentos populares,
relatos de aventuras, rondas y poesías, le ayudan a recrear y potenciar su
fantasía.
La literatura infantil, aparte de ser una auténtica
y alta creación poética, que representa una parte esencial de la expresión
cultural del lenguaje y el pensamiento, ayuda poderosamente a la formación
ética y estética del niño, al ampliarle su incipiente sensibilidad y abrirle
las puertas de su fantasía.
Sin embargo, así como la fantasía es un poder
positivo que estimula la creatividad humana, es también un poder peligroso,
si a través de ella se exaltan valores que rompen con las normas morales y
éticas de una sociedad determinada. Claro está que la fantasía por la
fantasía no es ninguna garantía para que la literatura sea de por sí buena y
sus fines constructivos. La fantasía, como cualquier otra facultad humana,
puede ser usada como un recurso negativo. Esto ocurre, por citar un caso,
cuando por medio de una obra literaria se proyectan prejuicios sociales o
raciales, con el fin de lograr objetivos que son negativos para la
convivencia social y la formación de la personalidad del niño.
Afortunadamente, gracias a la acción de los
mecanismos de la imaginación, tanto el transmisor (autor) como el receptor
(lector), saben que el argumento y los personajes de una obra literaria no
siempre corresponden a la realidad, sino a la fantasía de su creador, quien,
a diferencia de lo que sucede en la vida concreta, determina con su
imaginación el destino de los personajes, el hilo argumental, la trama y el
desenlace de la obra. En este caso, la fantasía del autor nos acerca a una
nueva realidad que, aun siendo ficticia, ha sido inventada sobre la base de
los elementos arrancados de la realidad. Asimismo, la fantasía no sólo cumple
una función invalorable en la vida del escritor, sino también del hombre de
ciencia. La fantasía prueba las posibilidades del pensamiento, encuentra
nuevos medios y realiza los proyectos que luego se modifican con un
pensamiento crítico. La fantasía es una palanca que sirve para transformar
una realidad determinada y crear una obra que aún no existe.
Si bien es cierto que los cuentos populares han
amamantado durante siglos la fantasía de grandes y chicos, es también cierto
que ha llegado la hora de plantearse la necesidad de forjar una literatura
específica para los niños, una literatura que desate el caudal de su
imaginación y se despliegue de lo simple a lo complejo; de lo contrario, ni
el libro más bello del mundo logrará despertar su interés, si su lenguaje es
abstracto, su sintaxis intrincada y su contenido exento de fantasía.
Se debe partir del principio de que la imaginación
está estrechamente vinculada al pensamiento y de que el pensamiento mágico
del niño hace de él un poeta por excelencia. Toda obra que se le destine debe
tener un carácter imaginario, un lenguaje sencillo y agradable, sin que por
esto tenga que simplificarse o trivializarse. A este texto, depurado de toda
lisonja idiomática, moral y retórica, se le debe añadir, en el mejor de los
casos, ilustraciones que despierten su interés. Sólo así se garantizará que
el niño encuentre en la obra literaria a su mejor compañero.
Las joyas literarias más codiciadas por los niños
son los cuentos fantásticos, que narran historias donde los árboles bailan,
las piedras corren, los ríos cantan y las montañas hablan. Los niños sienten
especial fascinación por los castillos encantados, las voces misteriosas y
las varitas mágicas.
El cuento, género en el cual es posible todo,
también ha despertado el talento y la creatividad de muchos hombres célebres,
y, para ilustrar esta afirmación, valga recordar la anécdota vertida por la
bibliotecaria norteamericana Virginia Haviland, en el XV Congreso
Internacional del IBBY, celebrado en Atenas en 1976: un día, una madre
angustiada se dirige al padre de la Teoría de la Relatividad para pedirle un
consejo: ¿qué debo leerle a mi hijo para que mejore sus facultades
matemáticas y sea un hombre de ciencia? Cuentos, contestó Einstein. Muy bien,
dijo la madre. Pero, ¿qué más? Más cuentos, replicó Einstein. ¿Y después de
eso?, insistió la madre. Aún más cuentos, acotó Einstein.
Los poetas, sabios y niños, conocen los dones que
los cuentos populares otorgan a los humanos para que éstos no pierdan el
enlace con el maravilloso mundo al que tuvieron acceso en un tiempo remoto, y
que aún siguen añorando. Dimensión mágica a la cual se refirió Alexander
Solzhenitsin en su discurso de agradecimiento por el Premio Nobel de
Literatura, que se le concedió en 1970: "Hay cosas que nos llevan más
allá del mundo de las palabras; es como el espejito (diría también Alicia
mirándose en el espejo inventado por Lewis Carroll) de los cuentos de hadas:
se mira uno en él y lo que ve no es uno mismo. Por un instante vislumbramos
lo inaccesible, por lo que clama el alma".
Nadie sabe con certeza a qué edad, forma o
circunstancia aparece la imaginación en el niño. Empero, la aparición de las
imágenes de la fantasía, que juegan un rol preponderante en su vida, es el
resultado de la actividad del cerebro humano, compuesto de dos hemisferios
que poseen numerosas circunvoluciones, que ponen en funcionamiento tanto la
imaginación como otros procesos psíquicos.
Fantasía, animismo y mentira
Por la importancia que reviste la imaginación en los
niños, los psicólogos han dividido la evolución de la fantasía en etapas: la
primera consiste en el paso de la imaginación pasiva a la imaginación activa
y creadora; la segunda, conocida con el nombre de "animismo", es la
etapa en la cual el niño atribuye conciencia y voluntad a los elementos
inorgánicos y a los fenómenos de la naturaleza. La fantasía del niño tiene
tanto poder que es capaz de dotarle vida al objeto más insignificante. Por ejemplo,
los de edad preescolar, al margen de personificar las funciones cotidianas de
ciertos individuos del conglomerado social, pueden también personificar las
letras del abecedario, decir que la letra "a" es una señora
gorda y la "i" un caballero con sombrero. "La fantasía
infantil", explica el psicólogo Lawrence A. Averill, "no conoce
frenos: acá acepta el mundo tal como es. Allá lo rehúsa, en otra parte lo
transforma (...). En este mundo que gira alrededor de la personalidad
infantil, las reglas son aburridas o superfluas, el orden, el decoro, la
consideración para los demás, pensamientos secundarios de adultos". Y,
agregando, Cousinet dice: "El mundo en el cual vivimos no es el mismo
que él —el niño— conoce. Los objetos no son los mismos, sino algo de ellos
mismos y de cualquier otra cosa. La muñeca es una muñeca y también una
pequeña niña; la silla es una silla y también un coche, un vagón de
ferrocarril un vapor; el bastón es también un bastón y un caballo, el propio
cuerpo es un cuerpo humano y en ocasiones también el cuerpo de una bestia. La
preferida imaginación que el niño desliza en sus juegos, no es más que una
confusión fácilmente observable (...). Una calabaza es una carroza, un ogro
es un león o un ratón, una rata es un lacayo. Ulises es un joven o un viejo,
Minerva es una diosa y una mortal. Proteo es todo lo que el niño quiere, un
gato habla como un hombre, botas mágicas se adaptan a todos los pies. Es una
transformación perpetua. Nada es sino que lo parece ser y las cosas sinfin y
los seres pasan de un estado a otro, sin que uno pueda asirse de nada, sin
que nada parezca estable, inmóvil, en este mundo irreal hecho de luz y de
sombra" (Cousinet, R., 1911).
Una vez superada la etapa del "animismo",
esencialmente vinculada a los objetos y al contexto familiar, el niño ingresa
a la tercera etapa, en la cual imagina a personajes sobrenaturales cuyas
hazañas lo seducen y sugestionan. "Empieza a darse cuenta de la
complejidad del mundo con el arribo a esta llamada edad de la imaginación,
que coincide con la entrada en la ‘edad de la razón’ (...). En este momento
su interés se vuelve hacia los cuentos folklóricos primitivos, llamados a
veces en un sentido genérico, cuentos de hadas, que los transportan al reino
de lo fabuloso" (Elizagaray, M-O., 1975, p. 30).
El niño parece un hombre primitivo que, deslumbrado
por lo desconocido y maravilloso, cree que los astros son seres fantásticos
dominando sobre él y a quienes se les debe rendir pleitesía como lo hacían
los incas al sol y la luna. Su imaginación galopante crea personajes
esotéricos; unas veces bellísimos y otras horribles; de su temor surgen las
hadas y los duendes, que lo protegen y lo amenazan. Los mitos y las leyendas,
en sus versiones más sencillas, le encantan y sobrecogen como al hombre
primitivo. Además, en este período entra en contacto con la escuela, el
maestro y la literatura, que lo conducen de la mano por un mundo lleno de
fantasía y misterio. Como bien decía Claparède: "El niño deforma la
verdad y se gana el epíteto de embustero, sin embargo no tiene intención de
engañar, sino que prolonga una comedia de la cual él mismo es juego a
medias" (Claparède, É., 1916, p. 448).
Lo cierto es que la fabulación del niño no tiene
nada que ver con la mitomanía del adulto. Para el niño es normal trocar la
realidad en fantasía y la fantasía en realidad; la mentira en el adulto, en
cambio, es una alteración de la verdad de manera voluntaria y consciente. No
obstante, desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, muchos siguen
considerando al niño como un "homúnculo" (adulto en miniatura) y
siguen exigiendo de él un razonamiento lógico, a pesar de que la psicología
evolutiva ha demostrado que el niño tiene un dinamismo propio que lo
diferencia del adulto.
Bibliografía
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1968.
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1916.
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- Elizagaray,
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López, Waldo: Escribir para niños y jóvenes, Ed. Gente Nueva, La
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