viernes, 29 de junio de 2012


Texto, imagen, imaginación

Teresa Colomer

La literatura infantil y juvenil tiene en cuenta –de forma deliberada, por experiencia social o por azar, tanto da ahora- las posibilidades de recepción de la experiencia literaria durante la etapa de la infancia y la adolescencia. Este tipo de textos permiten que niños, niñas y adolescentes se incorporen al uso poético de la palabra en nuestra sociedad. Una incorporación en presente para los receptores, puesto que pueden participar de la comunicación literaria desde un inicio tan temprano como, pongamos por ejemplo, las canciones de cuna que se les dirigen; y una incorporación en futuro, ya que los libros infantiles van abriendo un itinerario de formas que amplían su conocimiento de los géneros, los recursos, los tópicos o las figuras estilísticas que configuran el conjunto del corpus literario desarrollado en su cultura.

Uno de los elementos asociados al lenguaje literario es su capacidad de evocación y connotación a través del uso de imágenes y símbolos, su posibilidad de apartarse de la exposición lógica de los conceptos para apelar a una comunicación más global que atañe a múltiples niveles de la persona. Los sentidos, la inteligencia, la identificación afectiva, la proyección imaginativa o la conmoción emotiva son invocados por el texto literario en proporción e intensidad variable y por ello constituyen un tipo especial de comunicación humana.

Recordar estos aspectos viene a cuento para reflexionar sobre uno de los problemas que, en mi opinión, afectan tanto a la producción como a la valoración actual de libros infantiles y juveniles: el debilitamiento de su dimensión metafórica y simbólica, la pérdida de peso de la resonancia de la palabra y la escasa fuerza de imágenes evocadas, en favor de otros elementos como la intriga argumental, la identificación directa del mundo creado con el del lector –lo cual incluye la reproducción de las formas conversacionales del lenguaje- y el desplazamiento de la experiencia estética hacia la parte ilustrada de los libros. Las causas de esta situación se hallan probablemente en una concepción de la lectura de ficción como objeto de consumo, en el deseo de atraer a los lectores con textos que parecen de lectura más simple y en la vocación moralizadora de los libros dirigidos a los jóvenes.
                                                            
  (…)


El texto reducido

En cuanto a las narraciones para niños y niñas, y aún más en las dirigidas a los adolescentes, parece que su producción o selección parte, en primer lugar, de la premisa de que un lenguaje estandarizado, un vocabulario reducido y una lectura unívoca facilitarán la lectura –y la venta- de los libros. Incluso se da el caso de que algunas editoriales recomiendan a los autores una reducción del léxico y la complejidad literaria. Pan para hoy y hambre para mañana, al menos en el sector de población del que puede esperarse una continuidad en la lectura de calidad. Otra cosa distinta es que la literatura diversifique sus niveles de calidad y exigencia para ofrecer distintos tipos de producción literaria a diferentes clases de lectores, al igual que lo hace en la literatura adulta. Pero esta evidencia del mercado cultural no atañe en este caso a la tarea educativa que intenta construir una experiencia literaria de calidad durante la infancia y adolescencia.

Con esta situación se relaciona también la influencia de la ficción audiovisual en la ficción literaria. Muchas obras juveniles tienden a convertirse en guiones cinematográficos sin espesor escrito. La voz del narrador adopta un tono deliberadamente notarial para informarnos estrictamente de lo que aparece en la escena y para permitirnos conocer los movimientos de los personajes, a los que cede la palabra para que oigamos directamente sus conversaciones. Sin duda son obras que se ajustan al gusto moderno por la elipsis, la rapidez y la concisión, frente al ritmo lento y a la demora en el detalle propio de otras épocas. Pero la sintaxis de frases simples y yuxtapuestas y el lenguaje denotativo que reinan en ellas, más que al servicio de una condensación narrativa de depurada simplicidad se sitúan en la uniformización y banalidad de las obras de género menor.

En segundo lugar, parece que se confía en que situar el mundo de ficción en contextos homogéneos a los mundos de vida de los lectores atraerá su atención porque si los personajes, los problemas y el lenguaje son idénticos a los propios, el proceso de proyección se tornará inmediato.

En el mismo sentido de reflejo literal, parece que el propósito de orientar moralmente a los lectores se basa en la creencia de que la exposición directa y explícita de las situaciones conflictivas y de las elecciones de los personajes sobre la conducta a seguir son más efectivas que las formas indirectas e implícitas de modelación cultural propias de la literatura.
En consecuencia, el texto literario se reduce con frecuencia a una máquina productora de argumentos que se agotan en sí mismos o que se hallan al servicio de una exposición de conceptos morales dirigidos a la inteligencia del lector a través del débil revestimiento de la mediación del personaje.


Fragmentos tomados de: “Texto, imagen, imaginación”. En: CLIJ. Nº 130, Año 13, Septiembre, 2000.

Teresa Colomer. Crítica española de literatura infantil y juvenil de renombre internacional. Catedrática de la Universidad Autónoma de Barcelona (España). Algunos de sus libros: Siete llaves para valorar las historias infantiles (Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 2002), Andar entre libros. La lectura literaria en la escuela (Fondo de Cultura Económica, 2005).

miércoles, 27 de junio de 2012


La historia de un caballo que era bien bonito

Aquiles Nazoa

                                                                                                              Foto: http://www.radiomundial.com.ve

Yo conocí un caballo que se alimentaba de jardines. Todos estábamos muy contentos con esa costumbre del caballo; y el caballo también porque como se alimentaba de jardines, cuando uno le miraba los ojos las cosas se veían de todos los colores en los ojos del caballo.

Al caballo también le gustaba mirarlo a uno con sus ojos de colores, y lo mejor del asunto es que con los ojos de ese caballo que comía jardines se veían todas las cosas que el caballo veía, pero claro que más bonitas, porque se veían como si tuvieran siete años. Yo a veces esperaba que el caballo estuviera viendo para donde estaba mi escuela. Él entendía la cosa y miraba para allá, y entonces mi hermana Elba y yo nos íbamos para la escuela a través de los ojos del caballo.

_¡Qué caballo tan agradable!

A nosotros cuando más nos gustaba verlo era aquellos domingos por la mañana que estaban tocando la retreta y ese caballo de colores llegaba por ahí vistiéndose de alfombra por todas partes que pasaba.

Yo creo que ese caballo era muy cariñoso. Ese caballo tenía cara de que le hubiera gustado darle un paseíto a uno, pero quién se iba a montar en aquel pueblo en un caballo como ese, pues a la gente de ahí le daba pena; ahí nadie tenía ropa aparente.

Cómo sería de bonito ese caballo que con ese caballo se alzó Miranda contra el gobierno porque se inspiró en el tricolor de sus labios y en el rubio de sus ojos.

Ese caballo si se veía bonito cuando estaban tocando ahí esa retreta y el señor presidente de la Sociedad de Jardineros lo traía para que se desayunara en la plaza pública.

Qué caballo tan considerado. Ese caballo podía estar muy hambriento, pero cuando los jardineros lo traían para que se comiera la plaza, él sabía que en el pueblo había mucha gente necesitada de todo lo que allí le servían, y no se comía sino a los músicos.

Y los músicos encantados. Como el caballo estaba lleno de flores por dentro, ellos ahí se sentían inspirados y se la pasaban tocando música dentro del caballo.

Bueno, y como el caballo se alimentaba de jardines y tenía todos los colores de las flores que se comía, la gente que pasaba por ahí y lo veía esperando que los jardineros le echaran su comida, decían: míreme ese caballo tan bonito que está ahí espantándose las mariposas con el rabo.

Cómo sería de bonito ese caballo que con ese caballo se alzó Miranda contra el gobierno porque se inspiró en el tricolor de sus labios y en el rubio de sus ojos.

Y el caballo sabía que decían todo eso, y se quedaba ahí quietecito sin moverse para que también dijeran que aquel caballo era demasiado bonito para vivir en un pueblo tan feo, y unos doctores que pasaron lo que dijeron es que lo que parecía ese caballo es que estaba pintado en el pueblo.

¡Así era de bonito ese caballo!

Todo el mundo era muy cariñoso con ese caballo tan bonito, y más las señoras y señoritas del pueblo, que estaban muy contentas con aquel caballo que se alimentaba de jardines. ¿No ve que como consecuencia de aquella alimentación lo que el caballo echaba por el culito eran rosas?

Así, cuando las damas querían adornar su casa o poner un matrimonio, no tenían más que salir al medio de la calle y recoger algunas de las magníficas rosas con que el caballo le devolvía sus jardines al pueblo.

Una vez en ese pueblo se declaró la guerra mundial, y viendo un general el hermoso caballo que comía jardines, se montó en él y se lo llevó para esa guerra mundial que había ahí, diciéndole: mira, caballo, déjate de jardines y de maricadas de esas y ponte al servicio de tal y cual cosa, que yo voy a defender los principios y tal, y las instituciones y tal, y el legado de yo no sé quién, y bueno, caballo, todas esas lavativas que tú sabes que uno defiende.

Apenas llegaron ahí a la guerra mundial, otro general que defendía el patrimonio y otras cosas así, le tiró un tiro al general que estaba de este lado de la alcabala, y al que mató fue al caballo que se alimentaba de jardines, que cayó a tierra echando una gran cantidad de pájaros por la herida porque el general lo había herido en el corazón.

La guerra por fin tuvo que terminarse porque si no no hubiera quedado a quién venderle el campo de batalla.

Después que terminó la guerra, en ese punto que cayó muerto el caballo que comía jardines, la tierra se cubrió de flores.

Una vez venía de regreso para su pueblo uno que no tenía nombre y estaba muy solo y había ido a recorrer mundo buscando novia porque se sentía bastante triste, ¿no ve que le mataron hasta el perro con eso de la defensa de los principios y tal?, y no había encontrado novia alguna porque era muy pobre y no tenía ninguna gracia.

Al ver ese reguero de flores que había ahí donde había muerto el caballo que comía jardines, el hombre cogió una de su gusto y se la puso en el pecho. Cuando llegó al pueblo encontró a su paso una muchacha que al verlo con su flor en el pecho, dijo para ella misma: que joven tan delicado que se pone en el pecho esa flor tan bonita. Hay cosas bonitas que son tristes también, como esa flor que se puso en el pecho ese joven que viene ahí. Ese debe ser una persona muy decente y a lo mejor es un poeta.

Lo que ella estaba diciendo dentro de ella sobre ese asunto, el hombre no lo escuchó con el oído, sino que como lo oyó fue con esa flor que tenía en el pecho.
 
Eso no es gracia; cualquiera pude oír cosas por medio de una flor que se ha puesto en el pecho. La cuestión es que uno sea un hombre bueno y que reconozca que no hay mayores diferencias entre una flor colocada en el pecho de un hombre y la herida de que se muere inocentemente en el campo un pobre caballo.

Qué iba a hacer, le regaló a aquella bonita muchacha la única cosa que había tenido en su vida, le regaló a la muchacha aquella flor que le servía a uno para oír cosas: ¿quién con un regalo tan bueno no enamora inmediatamente a una muchacha?

El día que se casaron, como el papá de ella era un señor muy rico porque tenía una venta de raspado, le regaló como veinticinco tablas viejas, dos ruedas de carreta y una moneda de oro.

Con las veinticinco tablas el hombre de la flor se fabricó una carreta y a la carreta le pintó un caballo, y con la moneda de oro compro una cesta de flores y se las dio de comer al caballo que pintó en la carreta, y ese fue el origen de un cuento que creo haber contado yo alguna vez y que empezaba: "Yo conocí un caballo que se alimentaba de jardines".


Nazoa, Aquiles (1972). Las cosas más sencillas. Caracas: OCI - Tvn 5.
 
Aquiles Nazoa. Caracas, 1920 - Maracay, 1976. Poeta, ensayista, humorista, dramaturgo. Erudito autodidacta. Director de Literatura del CONAC. Premio Nacional de Periodismo “Juan Vicente González” (1948). Premio Municipal de Prosa (1966).

Información tomada de: Rivas, Ángel y García, Gladys (2006).Quiénes escriben en Venezuela. Diccionario de escritores venezolanos (siglos XVIII A XXI). Caracas: CONAC.

miércoles, 20 de junio de 2012


                                  

La  abejita  inquieta
 Ramelis Velásquez

Había una vez una abejita que vivía en una gran colmena entre las robustas ramas de un mango. Tan alto era el árbol que parecía rozar a las nubes con las puntas de sus hojas hasta hacerlas reír. Los espacios de la colmena eran inmensos y, como debemos suponer, muy dulces y perfectamente dispuestos en hermosas formas hexagonales que parecían hechos por la más fina ingeniería.

La abeja entraba y salía de la colmena permanentemente porque era muy trabajadora, de esas que parecen soldaditos con alas como si no pensaran o no les importara más nada que hacer, sino seguir órdenes y órdenes. Debía trabajar sin cesar como sus compañeras o como la legión de compañeras que tenía para elaborar la miel. Un día, regresando de una deliciosa flor a la colmena, notó que los pájaros volaban tranquilamente, casi siempre disfrutando de su vuelo sin nada que los presionara o perturbara. Volaban libremente hacia cualquier dirección. Abejita pensó que ella también podía volar en otras direcciones para conocer mundo, pero estaba atrapada en un oficio donde no tenía descanso ni tiempo para divertirse o hacer otras cosas que le gustaran.

Su ruta de vuelo estaba marcada por señales especiales que emitían sus compañeras y ella también, por supuesto. Entonces un día imaginó que era un ave y pensó que cada abeja podía trabajar unas horas al día y después utilizar el tiempo libre para dedicarse a otras cosas igual de sublimes y maravillosas como hacer la miel de la naturaleza. Así que comenzó a hablar con sus compañeras, a comunicarles sus ideas. Pronto, ya se encontraba cerca del mango, debajo de un gran tronco seco, dirigiendo en un solemne discurso sus ideas y pensamientos a miles de abejas trabajadoras. Abejita estaba concentrada y orgullosa de las palabras que estaba pronunciando cuando de súbito llegó una compañera asustada y jadeando del cansancio porque abeja Madre venía en camino un tanto enfadada por la ausencia de las abejas en sus labores y un tanto curiosa por saber de qué se trataba la “revuelta”.

Cuando llegó abeja Madre todas quedaron en silencio como si el tiempo y el aire se hubiesen detenido. Ante tanta calma, la abeja mayor exclamó:

-¡Vaya, este silencio no fue lo que me hizo trasladarme hasta acá!

Y moviendo la cabeza hacia los lados con la intención de ver los rostros de asombro de la multitud, preguntó:

-¿Hay algo de lo que me haya perdido? ¿De qué trata esta asamblea? –dijo con cierto tono irónico.

La única que quebró el hielo fue abejita  al responder con firmeza y decisión:

-Estamos aquí reunidas porque creemos y queremos pensar libremente, así como decidir que tenemos derecho a un tiempo libre y a emplearlo en lo que queramos. ¡He dicho!

Abeja Madre miró a las demás abejitas y les preguntó:

-¿Ustedes están de acuerdo con lo que ella dice? Porque eso no tiene ni pies ni cabeza. ¿Derecho a pensar? ¿Derecho a decidir qué hacen con el tiempo libre? ¿Con cuál tiempo libre?-. Y furiosa siguió hablando mientras su voz iba subiendo de tono hasta gritar:

-¡Qué se creen ustedes! ¡No son más que soldados a mi servicio, obreras con el único derecho y deber de hacer la miel! Es lo único que deben hacer. ¿Quieren abandonar el único hogar que tienen y donde están seguras por un capricho, por un deseo de tener libertad para pensar y para hacer? ¡Qué estupidez!

De repente muchas voces en maraña dominaron el espacio. Había una confusión tremenda. Las abejas no sabían a quien seguir o escuchar. Abejita, molesta y decepcionada al ver la duda en sus compañeras, se separó de ellas y en tono firme arguyó:

-Pues yo sí quiero pensar y decidir qué hago con el tiempo libre que deberíamos tener. Prefiero estar de flor en flor, libre como las aves amigas, libre para imaginar, libre para decidir qué quiero ser y hacer. ¡Hasta nunca!

Y abejita, inquieta, se fue volando y entonando una canción al tiempo que sus compañeras la veían estupefactas como si les pareciera mentira que una abeja se hubiese descarriado y desobedecido el mando mayor de la colmena.

Tiempo después las obreras se fueron sumando a su causa y poco a poco abejita se convirtió en una abeja mayor que tenía a su mando una legión extraordinaria de abejas y una colmena insuperable de lo grande y de lo bella. Pero comenzó a ser inflexible con sus compañeras; las obligaba a trabajar constantemente sin descanso y, en ocasiones, hasta malas palabras llegó a decirles. Y un día una abejita hizo que la legión de trabajadoras se ausentara por un buen tiempo. Cuando abeja mayor las buscó se consiguió con el mismo episodio que ella misma había  protagonizado una vez. Así que el llanto no se hizo esperar y abeja mayor  pidió tantas disculpas que todas la rodearon y le dijeron que nunca abandonarían su trabajo siempre y cuando ella respetara el derecho a pensar, el derecho a reunirse, y el derecho a  tener un tiempo libre.

Y así este hecho es el inicio de otra historia que en otro momento se contará.


lunes, 18 de junio de 2012


  foto: Jesús Guzmán Carrera
 http://www.flickr.com



 El baño de un colibrí
   
 Ramelis Velásquez

Hoy en la tarde, cuando los rayos de sol comenzaban a apagarse, vi un colibrí. Pequeño, tan pequeño que mi dedo meñique todavía es grande comparado con aquel diminuto amasijo de plumas tornasoladas. Nunca había visto uno tan cerca. Llegó a bañarse con las gotas que habían quedado en la mata de guayaba. Llegó indiferente a mi presencia  y, contrario a lo que pude suponer, se acercó más a las hojas que estaban justo delante de mi rostro. Qué sensación tan agradable verlo aletear sin importarle que lo observara,  como si yo lo hubiese invitado. Tal vez estaba desafiándome, ahora que soy más grande sé que los pájaros hablan el lenguaje de las plantas y que sus trinos son aliento para que crezcan y cubran la tierra; ahora no me atrevo a hacerles daño como hace un tiempo, cuando al ver un pájaro sólo pensaba en derribarlo porque nunca me dijeron que se le debía amar  y, la verdad, para ello sólo hay que hacerlo, expresarlo cuando se vea un aleteo por allí, un “elfo de las abejas”.
Es una gloria para mí verlo jugar con el agua. Ellos (los colibríes) conservan durante toda su vida la necesidad del juego, cuando apenas a nosotros nos dura lo que la fantasía en la infancia. Allí estaba, en medio de la moribunda claridad, rozando su cuerpo de costado con las hojas: primero el derecho luego el izquierdo y viceversa; parecía que danzaba una melodía que sólo él conoce, una melodía del misterio que es ser parte de la naturaleza. El goce que sentía ante la frescura lo llevó –picaflor- a cortejar a casi todas las hojas. Su cabeza rotaba cuando bañaba su cuerpo en la gota, luego agitaba su pico largo y delgado como una aguja. Extraordinariamente flexible, se doblaba y bajaba su cabeza para mojarse por completo. Si la poesía está por allí, movida por el viento; si está vagando impasible o esperando que se le “atrape” como el Principito a los cometas; si  “…pasa volando por la fría realidad” como dice el poeta Ramón Ordaz, creo que hoy estuvo frente a mí convertida en plumas pequeñísimas, conteniendo apenas una gota de sangre como lo dijera nuestro Andrés Eloy Blanco en Canto a los hijos. Y pensar que por un tiempo fue derramada para adornar la vanidad de los seres humanos. Derramada gota a gota su sangre: ¿Cuántos colibríes fueron disecados para ser lucidos como una rareza, como un souvenir, como un hallazgo exótico? Es cierto que un  poquito de sangre y toda la plenitud de la naturaleza está en el colibrí.  Indiferente a mi presencia estuvo jugando lo justo con el agua, estuvo mostrándome algo que solemos olvidar: que la sencillez tiene otras maneras de manifestarse y que hasta las gotas de agua en las hojas de guayaba pueden dar la máxima felicidad.

viernes, 15 de junio de 2012


Cuando a Gabriela le comieron la lengua los ratones

Velia Bosch

Cuando Gabriela despertó se sintió toda mojada al mismo tiempo que sonaba la manilla de la puerta para dejar pasar a una desgreñada y joven señora muy nerviosa que gritaba: ¡Van a dar las seis y tú todavía en la cama! Era su mamá quien rápidamente abrió la ventana, apagó el aire acondicionado, el cocuyo eléctrico –una lagartija amarilla- guardiana de los temores nocturnos de su pequeña hija y se volvió al gavetero para sacar la ropa del día.

_¡Vamos! A levantarse y cepillarse. Ya está el desayuno en la mesa y la merienda que debes guardar en tu lonchera. ¿Qué pasa, dame los buenos días siquiera, es que no tienes lengua?
Gabriela está muda. Sabe que debe explicar algo, pero prefiere callar, Su mamá se acerca amorosa y le acaricia los cabellos. Se pasa los dedos a manera de peine por los suyos muy lacios y estos se acomodan muy bien.

Es joven y bonita y Gabriela la observa con orgullo y pena al mismo tiempo sin encontrar las palabras que piensa se han salido volando al abrir su mamá puerta y ventana.

_¡Ven aquí, Gabriela!

Pero la niña, tan rápida como hoja empujada por un chubasco, entró al baño, se quitó su piyamita de flores, hizo una pelota deforme con ella y la escondió al fondo de la cesta. Enseguida se trepó al viejo cajón vacío que el abuelo le había pintado de rojo y blanco para que ella pudiera alcanzar al lavamanos, cuando en eso…

Muy bien, eso es, qué agradable es tener una niña tan colaboradora, y allí mismo le plantó un vibrante beso entre la nariz y la pollina despeinada.

Todo sucedió en un tris. Gabriela estuvo lista para partir con su uniforme de gimnasia y dos crespitos a cada lado de su cara cuando entra el papá en escena. _Qué tal, mi reina? (Así la llamaba todas las mañanas). Pero Gabriela seguía sin pronunciar ni una palabra. Tenía un nudo extraño en la garganta. Su papá la alza bien arriba, casi tocando la lámpara. Bajarla y besarla fue como pestañear.

_¿Qué tal durmió mi niña?

Hay silencio y el padre alarmadísimo exclama: ¿Por qué no habla hoy esta niña, es que anoche le comieron la lengua los ratones?

Entonces Gabriela mira a su mamá y ésta al papá que se devuelven sus gestos con ternura y cambian rápidamente la conversación.

_De prisa, dicen ambos, se hace tarde.

La casa queda en silencio, la joven señora comienza a saborear una taza de café porque ella también debe salir a su trabajo en un banco y tiene poco tiempo, aunque su horario le permite todavía una media hora. En  ese mismo momento ve que tres ratones salen corriendo de la habitación de Gabriela. Deja la taza y con la escoba emprende una intensa batalla contra los roedores que bajan todos maltrechos el primer escalón… escobazos van y escobazos vienen. Por los catorce pisos del edificio apenas si se observan unas sombritas grises que desparecen en segundos.

Suena la campanilla del teléfono y la mamá de Gabriela, sin abandonar su cafecito mañanero responde:

_¿La señora Esther? … ¿Qué no quiere hablar? ¡Póngamela al teléfono por favor y gracias por llamarme. Gabriela, soy, soy yo, tu mami. ¿Sabes la noticia? Los ratones que anoche supuestamente te “comieron la lengua” y posiblemente mojaron tu cama recibieron unos fuertes escobazos míos y …

Pero la niña no dejó continuar el discurso de su mamá:

_¡Oh, sí, ya sé, mientras la seño te llamaba, los ratones dejaron mi lengua en la lonchera. Te aseguro que eso no volverá a pasar. Créeme… fue que dejé olvidado en mi delantal de artes plásticas la llave que cierra el portón de la cueva de los ratones. ¡Ah! Y llama a papá a la oficina y dile que le devolveré la llave para cuando se me caiga otro diente y que de “lo otro” ni se preocupe, te aseguro mamá que no volverás a encontrar mi cama, nunca más, mojada.





Imagen: http://www.tiempo.uc.edu.ve/tu605/paginas/6.htm


Texto tomado de:  Velia Bosch (1994), Pirilumpo. Caracas: Alfadil Editores.


Velia Bosch (Caracas, 1936). Poeta, ensayista y narradora. Licenciada en Letras (UCV, 1959); Doctorado (UCV, 1966). Profesora de Castellano y Literatura en Educación Media. Escritora e investigadora de la literatura infantil y juvenil. Autora de:  Arrunango (1968), Jaula de Bambú (1994), Pirilumpo (1994), Mariposas y Arrendajos (1997), entre otros. Asimismo, ha publicado textos críticos sobre literatura venezolana.

 Información sobre la autora: Rivas, Rafael y García, Gladys (2006). Quiénes escriben en Venezuela. Diccionario de escritores venezolanos (siglos XVIII a XXI). Tomo1. Caracas.

jueves, 14 de junio de 2012


                                                        ¿Me compra el gallo?

                                                                   Tulio Febres Cordero

Hombre manso, apacible, incapaz de matar una mosca, tal era el doctor Cienfuegos. Pero cuando llegaba a ponerse bravo, era un polvorín, estallaba como una bomba; por lo cual él mismo procuraba dominar su carácter irascible hasta donde las circunstancias lo permitían.

Cierto día, estaba muy ocupado redactando un alegato, cuando fue bruscamente interrumpido.

—Tun, tun, tun.

—¿Quién es?

—Buenos días, doctor... ¿Me compra este gallo?

—No señor, no compro gallos.

—Está gordo.

—No lo necesito, ni gordo ni flaco.

—Es de buena cría.

—Le digo que no le compro el gallo.

—Se lo doy muy barato.

—Aunque así sea.

—Es nuevo y bien emplumado.

—No, mi amigo, no le compro el gallo.

—¡Qué lástima! Deja usted de hacer un buen negocio. Vamos, hasta por cinco reales.

—Ya le he dicho que no necesito gallos.

—Pero véalo usted: es una preciosura.

—Aunque sea, no se lo compro; y hágame el favor de retirarse, porque estoy sumamente ocupado.

—Mire, doctor, que estas ocasiones no se presentan todos los días. Anímese, pues, y me compra el gallo.

—Al fin, mi amigo... al fin me pone usted en el caso...

—De comprarme el gallo, ¿verdad?

A Cienfuegos le estalla el apellido por todos los poros del cuerpo, y arremete contra el tenaz vendedor, a quien rompe las narices y saca a trompadas hasta la puerta de la calle.

Gran escándalo. Acuden los vecinos y la policía. El hombre muestra la cara ensangrentada, y el doctor bufa de pura cólera. La policía lo arresta; y entonces el malherido vendedor, volviendo a coger del suelo su gallo, se interpone entre la autoridad y Cienfuegos, diciéndoles:

—Yo no pido cárcel para el doctor, sino otra cosa; y todo quedará arreglado.

—¿Qué cosa? -preguntó la policía.

—Que el doctor me compre el gallo.

—¡Ah, grandísimo bellaco! -exclamó Cienfuegos, yéndosele encima.

—No se enfade otra vez doctor: el gallo es bueno y barato.

Al fin el doctor, aconsejado por la policía y para cortar el escándalo, porque la gente llegaba como a campana tañida, resolvió aceptar la transacción.

—Tome pues, amigo, los cinco reales y asunto concluido.

—Mil gracias, doctor. Dígame ¿a qué hora lo hallaré mañana en su casa?

—¿Y qué más quiere usted conmigo?

—Es que tengo otro gallo mejor que éste.

—¡Otro gallo!

—Sí, señor, para ver si me lo compra.

—Un trabuco naranjero es lo que voy a comprar ahora mismo, para quitármelo a usted de encima -exclamó Cienfuegos dispuesto a cometer una diablura, y con razón.

Texto tomado de: Tulio Febres Cordero. Cuentos. Mérida: Ediciones Solar. 1994.

Tulio Febres Cordero. Mérida (1860 - 1938). Prolífico escritor venezolano. Historiador, narrador, cronista importante en su época, profesor, periodista. Editor: fundador de Páginas Sueltas, El Comercio, El Billete, El Lápiz. Fue redactor del Anuario y Gaceta Universitaria de la Universidad de Los Andes.

viernes, 8 de junio de 2012


Teoría del final feliz

Gustavo Martín Garzo

Puede decirse que el final feliz era una exigencia común a todos los cuentos tradicionales. Cuentos, es verdad, que escuchaban con gusto los mayores, pero que estaban pensados para ser contados a los niños, y los hermanos Grimm los reescriben con ese propósito esencial. Y ésa es una razón más que suficiente para que tengan que terminar bien. Dado que lo que quiere el adulto cuando cuenta cuentos a los niños es informarles acerca del mundo, y de los peligros que pueden encontrarse en él, pero sobre todo tranquilizarles, llevar a ese mundo siempre extremado, que es el mundo de la infancia, un poco de serenidad y mesura.

Pero el final feliz no comporta sólo una opción moral, sino algo que es aún más importante, una opción amorosa. Un cuento es una guarida, un nido. Y lo que los padres están ofreciendo a los niños cuando se los cuentan no es sólo una enseñanza acerca del mundo, sino un lugar de sosiego, de cobijo, al amparo de la desgracia. Lo sorprendente es cuando pensamos en los materiales con que están hechas las paredes de esa casa.  Crímenes horribles, traiciones, cuerpos fragmentados, rastros de sangre, se alternan con pájaros de oro, facultades envidiables, alianzas insospechadas, vuelcos inauditos del corazón. Porque ésta es la maravilla de los cuentos, no nos engañan acerca de cómo es el mundo. Ofrecen al niño un cobijo, pero sin impedirle la contemplación de la realidad contradictoria y desnuda. Por eso los psicoanalistas los aconsejan. Según ellos, en los cuentos de hadas se dramatizan los conflictos básicos del ser humano, en su fase de crecimiento, y ésta es la razón de que los niños deban escucharlos. Verán reflejados los grandes dramas de su corazón y aprenderán a elaborar estrategias para superarlos. También descubrirán que tales conflictos no son privativos suyos, sino que son propios de todos los hombres. Es decir, podrán sentir celos espantosos, o deseos homicidas, sin sentirse condenados por ello a un destino de monstruosidad y daño, porque como se nos dice en los cuentos el problema no es lo que nos pasa, sino lo que somos capaces de hacer con lo que nos pasa. Desde esta perspectiva el final feliz tendría una función integradora, el acceso a una unidad de conciencia superior, donde esos conflictos quedan superados, o al menos dejan de dañar.

Fragmento tomado de: “Teoría del final feliz”. CLIJ , Nº 113, Año 12. Febrero 1999.
Gustavo Martín Garzo. Escritor español. Premio Nacional de Literatura 1994, Premio Nadal de Novela.

¿Qué no es poesía?

 Elisa Boland

Definir por negación también es una forma de aproximarse a un objeto del cual interesa saber qué es, aunque de antemano sepamos que no es fácil dar explicaciones rápidas y a la vez tampoco importa ser definitivos. Como dijimos al comienzo, consideramos que lo mejor en el caso de la poesía son las aproximaciones.

Benjamín Prado (2008) señala que gran parte de los malos poemas que existen se han escrito en nombre de “la sinceridad, la belleza y los buenos sentimientos”, pensando que eso era suficiente para que existiera poesía, y agrega: “Un poeta eficaz no es el que nos habla de la luna, ni siquiera el que consigue crear la ilusión de que estamos contemplando la luna; un poeta eficaz es el que nos explica algo que no sabíamos acerca de ella, el que consigue que nunca más podamos mirarla como lo hacíamos antes, sino de un modo más completo, igual que si supiéramos algo que antes  ignorábamos sobre el cielo y, tal vez, incluso, sobre nosotros mismos”. El mismo autor recomienda en su libro tener en cuenta (y detallar) las cualidades de un poema, que no surgen por azar sino a partir del trabajo del poeta cuando escribe; de este modo, como lectores, cuando leemos, podemos reconocer:

Cuando leemos, como mediadores, y antes de leer un poema a los chicos, tendremos que analizar los aspectos citados para ver si todo esto (el ritmo, el tratamiento del lenguaje, etc.) conviene a lo que se quiere decir en el texto.

Hay poemas sencillos y profundos a la vez, hay poemas superficiales y también malas imitaciones que reiteran lo que otros ya dijeron, y de manera más eficaz; hay poemas sin gracia, sin espíritu, aquellos que no provocan nada en el lector. Frente a esos poemas desacertados, también existen poemas más milagrosos, que se convierten en necesarios: no podríamos dejar de leerlos, algo tienen para decirnos cada vez que volvemos a ellos. En la poesía, como en el arte en general, conocer y hacer uso de todos los ingredientes y las herramientas específicas no significa crear una buena obra. Todo depende de la combinación de esas partes y del talento del autor para lograr algo revelador, que antes no sabíamos sobre alguna cosa o, incluso, como ya se ha señalado, sobre nosotros mismos.

Para finalizar, se presenta una invitación a los lectores: nada mejor que realizar lecturas y una selección personal de poemas o fragmentos de poemas (e incluso, trascribirlos) para intentar alguna respuesta sobre qué es y qué no es poesía, aunque sólo hallemos durante ese proceso algunas interesantes aproximaciones; y además, hacernos preguntas ante cada texto que leemos: ¿es poesía?, ¿nos revela algo nuevo?, ¿nos suspende la respiración por un instante?, ¿nos deja pensando?, ¿nos sorprende la eficacia de la brevedad?, ¿nos despierta el deseo de compartirlo?, ¿nos hace reír?, ¿nos acongoja…? Tal vez de todo eso y mucho más se trate la poesía.

Texto tomado de: Poesía para chicos. Teoría, textos, propuestas. Rosario: Homo Sapiens Ediciones, Pp. 22-23, 2011.


Hablar del lenguaje 

La poesía es una cuestión de lenguaje, de palabras que se ponen en juego entre sí y nos proponen un jugar diferente, un uso distinto de las palabras del que hacemos en la comunicación cotidiana. Aunque muchas veces en la vida de todos los días se produzcan expresiones "poéticas" (de hecho, lo hemos observado en la producción folklórica a través de coplas y canciones que circulan por el mundo), podemos afirmar que el lugar natural de la poesía es el poema. En la poesía encontramos reflejada la esencia de las cosas. El lenguaje poético permite la expresión de lo esencial, ya que tiene un plus excepcional en relación al lenguaje estándar de la comunicación diaria. Si bien es el mismo idioma que usamos todos, en el uso poético esas palabras aparecen cargadas "de significado hasta el máximo de sus posibilidades" (Pound, 1978).

                                                                                           (...)

La poesía suele ser considerada un misterio. De dónde viene la poesía es una de las preguntas más viejas que se han formulado y todavía no se encuentra respuesta, pero hay algo en que muchos autores, poetas entre ellos, coinciden al momento de intentar hablar de ella. Quizá porque la poesía intenta decir lo indecible y hablar de ella a veces trae la misma dificultad para decirlo y transmitirlo. El lenguaje poético proviene del lenguaje común, los poetas lo toman de allí, ya que el lenguaje común -como se ha dicho- tiene las palabras, usos y sonidos que el poema toma y hace propios. El lenguaje común, más las ideas y los sentimientos, juntos, suman la materia prima para crear la poesía, como si el lenguaje común fuera una gran paleta de donde tomar, elegir colores o un instrumento musical para ejecutar. El poeta usa esos materiales de un modo distinto del uso corriente del lenguaje. La función no queda sólo reducida a la comunicación, hay un algo más. Ese algo más es lo que destaca el lenguaje poético del lenguaje de la comunicación.

Texto tomado de: Poesía para chicos. Teoría, textos, propuestas. Rosario: Homo Sapiens Ediciones, Pp. 80-81, 2011.

Elisa Boland. Profesora en Letras (Universidad Nacional de La Plata), maestra y bibliotecaria. Premio Pregonero por su labor como bibliotecaria en la difusión del libro y la literatura para niños. Fue coordinadora de la Biblioteca Infantil de la Feria del Libro de Buenos Aires, presidenta de ALIJA y codirectora de la revista La Mancha.

jueves, 7 de junio de 2012

A LEER CUENTOS


                                                            Las dos Chelitas
                                                                     Julio Garmendia (escritor venezolano)*
                         
Chelita tiene un conejo; pero Chelita la de enfrente tiene un sapo. Además de su conejito, tiene Chelita una gata, dos perros, una perica y tres palomas blancas en una casita de madera pintada de verde. Pero no ha podido ponerse en un sapo, en un sapo como el de Chelita la de enfrente, y su dicha no es completa.

—Chelita —le dice— ¡te cambio tu sapo por la campana de plata con la cinta azul!

Pero no, Chelita la de enfrente no cambia su sapo por la campana de plata con la cinta azul… no lo cambia por nada, por nada del mundo. Está contenta de tenerlo, de que se hable de él —y ella, por supuesto—, y de que Pablo el jardinero diga, muy naturalmente, cuando viene a cortar la grama:

—Debajo de los capachos está durmiendo el sapo de la niña Chelita.

Cuando empieza a anochecer, sale el sapo de entre los capachos, o del húmedo rincón de los helechos; salta por entre la cerca y se va a pasear por la acera. Chelita lo ve, y tiembla de miedo, no lo vaya a estropear un automóvil, o lo muerda un perro, o lo arañe la gata de la otra Chelita. Tener un sapo propio es algo difícil, y que complica extraordinariamente la vida; no es lo mismo que tener un perro, un gato o un loro. Tampoco puede usted encerrarlo, porque ya entonces el sapo no se sentiría feliz, y esto querría decir que usted no lo ama.

Agazapada en su jardín, detrás de la empalizada, Chelita la de acá, mira, también, con angustia, mientras el sapo da saltos por la calle; y exclama profundamente asombrada:

—¡Qué raro! No puede correr, ni volar… ¡Pobrecito el sapo!

Y se estremece cada vez que se acerca un automóvil, o si pasa un perro de regreso a su casa para la hora de la cena, o si brillan, de repente, unos ojos de gata entre las sombras. Al mismo tiempo, piensa, compara… Ella tiene tantos animales —además de su muñeca Gisela—, y nadie habla nunca de eso. En cambio, Chelita la de enfrente, no tiene más que un sapo, uno solo, y todo el mundo lo refiere, lo ríe y lo celebra. Esto no le gusta mucho a Chelita la de acá, que se siente disminuida a sus propios ojos.

—Chelita —dice—, ¡además de la campana con la cinta azul, te voy a dar otra cosa! ¡Mira! Las palomas están haciendo nido, llevan ramas secas a la casita; te doy también los pichones cuando nazcan… ¡No!, cuando ya estén grandes y coman solos…

—No —contesta sin vacilar Chelita la de allá—; no lo cambio por nada; es lo único que tengo. A papa no le gustan los animales —añade, dirigiendo una mirada al vasto y desierto jardín de su casa—, y el sapo, el no lo ve nunca; es lo único que puedo tener yo, y no lo cambio por nada. ¡Por nada!

—¿Y si te doy también a Gisela con todos sus vestidos, el rosado, el floreado, el de terciopelo? —insiste Chelita.

—Ya te he dicho que no —responde inflexible Chelita la de enfrente.

—¿Y si te doy también a Coco? —pregunta, estremeciéndose de su propia audacia, Chelita la de acá.

—Tampoco.

—¿Y si te doy también a Pelusa?

—Tampoco.

—¿Y al Rey? ¿Y a Ernestina? Y las palomas en su casita? —dice Chelita en un frenesí.

—¡Tampoco! ¡Tampoco!

—¡Tonta! —le dice Chelita la de acá—. ¿Crees tú que te voy a dar todo eso por un sapo?

—No me lo des, yo no te lo estoy pidiendo; ya te he dicho que por nada cambio mi sapo. ¡Aunque me des lo que sea!

Y así están las cosas. Si el sapo tuviera sapitos, Chelita la de enfrente, de seguro, le daría uno, o dos, o tres, a Chelita; pero ¿quién va a saberlo? La vida de los sapos es extraña, nadie sabe lo que hacen ni lo que no hacen. No son como las palomas, por ejemplo, que todo el mundo sabe cuando hacen un nido, y cuántos huevos ponen, y cómo dan de comer a sus hijitos, y lo que quieren, lo que hacen, lo que dicen. ¿Pero quién sabe nada de los sapos de su propio jardín? Apenas si alguna vez, de noche, después que ha llovido mucho o que han regado copiosamente las matas, se oye… pla… pla… pla… es el sapo… es el sapo que anda por ahí y eso es todo.

A comienzo de la estación lluviosa, el mismo día en que el cielo se nubló y cayeron gruesas gotas, una tarde gris, Chelita se nos fue, Chelita la de acá… Era una débil niña; la rodeábamos de tantos animales, porque la atraían profundamente; quizás, también, por eso mismo —sin darnos cuenta apenas—, por ver si lograban ellos retenerla… hacernos el milagro de atarla a las criaturas; a los juegos; a la luz; al aire y a sus nubes; a la hierba y su verdor… ¡A la vida!

Hoy fuimos nuevamente a visitarla en el pequeño jardín cuadrado en donde duerme. Oculto entre el helecho y los capachos, entre las coquetas, las cayenas y las begonias, que ya forman, todos juntos, un húmedo bosquecito enmarañado… oculto ahí, en la sombra y en la humedad, vimos un sapo…

Era Chelita —Chelita la de enfrente— que se lo había llevado a Chelita, y se lo había puesto allí.

…Y Chelita la de enfrente tiene ahora en su casa un conejito, una gata, dos perros, una perica y cinco o seis palomas blancas en una casita de madera pintada de verde. Y Chelita la de acá… Pero, ¿qué digo…? ¡la de mucho, mucho más allá…! Tiene ahora un misterioso amigo, entre el helecho y los capachos, en el húmedo bosquecito enmarañado en donde duerme… Un misterioso amigo que sale a andar y a croar cerca de ella, a la hora en que comienza a oscurecer… Un misterioso y raro amigo…

Tomado de:  La Tuna de oro (1998). Caracas: Monte Ávila Latinoamericana.


 
La máquina de hacer ¡pu! ¡pu! ¡puuu!
Julio Garmendia

Era la última palabra en materia de adelantos científicos; al fin, después de pacientes y laboriosos esfuerzos, experimentos y tanteos, se había logrado fabricar por vía sintética aquello que la máquina fabricaba. El mundo entero recibió la noticia del sensacional descubrimiento dejándose llevar por un irreflexivo y quizás desmedido sentimiento de entusiasmo y orgullo. Fue una ola de optimismo y de ilimitada confianza en el futuro. Cada día se producían nuevos portentos, nuevos inventos grandiosos e increíbles que cambiaban y revolucionaban por completo, una y otra vez en cortos intervalos, la hasta entonces mísera existencia humana. ¡No había ya límites para lo que podía soñar y ambicionar la humanidad! ¡Tantas cosas, tantas creaciones e invenciones se habían llevado a cabo, se habían perfeccionado y propagado hasta llegar al nivel y ponerse al alcance de los míseros!
¡Y ahora esta máquina de hacer pupú! Era la nueva maravilla, el nuevo portento y, en realidad, la cosa más revolucionaria de cuantas había podido concebir y realizar la mente humana. No era ya necesario —o por lo menos no era indispensable— alimentarse para hacer pupú: las nuevas máquinas lo hacían sintéticamente, mecánicamente y matemáticamente, asegurándose, además, que era el suyo tan buen pupú como cualquiera otro, si no mejor —y esto, sin los inconvenientes, molestias o trastornos inherentes al funcionamiento de los rudimentarios y frágiles aparatos humanos naturales para el mismo efecto. Como si todo esto fuera poco, los precios del producto, fabricado a máquina, resultaban extraordinariamente ventajosos, mucho más bajos y halagüeños que los del antiguo producto original.
La nueva industria se desarrolló, pues, con arrolladora eficiencia y rapidez; creció de la noche a la mañana, y aquí y allá surgieron de repente las características arquitecturas de las grandes plantas de fabricación ultra-moderna: especie de gigantescos hangares, metálicas armazones en donde inmensas y perfectas maquinarias trabajaban sin descanso noche y día —y más aun de noche que de día—; de sus techumbres se elevaban al cielo humeantes chimeneas, y rodeaban sus edificios costosas fajas de terreno cuidadosamente sembradas de verdeciente grama —la más verde que podía verse en los contornos. Una poderosa y eficiente fuerza nueva había surgido así; y se habían formado en relativamente poco tiempo, inmensos almacenes o depósitos que estaban en capacidad de suministrar en breve plazo cualquier cantidad que se les pidiera de su específico renglón de productividad… Para decirlo todo de una vez, había llegado la época del pupú prefabricado, a mínimo precio y óptima calidad inmejorable, y la antigua y pequeña industria doméstica languidecía, agonizaba y desaparecía rápidamente. Los precios del sustituto o enlatado eran imbatibles y desafiaban toda competencia. Sólo uno que otro empecinado o testarudo se rebelaba; había aún gente por demás anticuada y gruñona, reacia por naturaleza a todo espíritu de innovación, gentes aferradas a los caducos usos y costumbres del pasado —¡gente de tradiciones!, en una palabra, amiga de conservatismos y antecedentes— y sólo éstos preferían atenerse todavía a los ya desechados métodos y sistemas; seguían haciendo pupú de acuerdo con las empíricas y antieconómicas recetas de otro tiempo, en anti-higiénica forma doméstica. Para satisfacer su extravagancia pagaban precios verdaderamente exorbitantes, con lo cual ya está dicho que sólo raros privilegiados, hijos mimados de la suerte, o decadentes y sentimentales, residuos todos de las más rancias mentalidades, podían aspirar a tales lujos, a permitirse semejante derroche o despilfarro.
Pero, al caer en desuso —así de un solo golpe— la manera tradicional de hacer pupú, he aquí que quedó muy poco aliciente a la producción de artículos alimenticios destinados a satisfacer las viejas necesidades humanas de alimentación por vías naturales, según el procedimiento pre-histórico que tuvo su comienzo en la época del mesozoico —probablemente. Puede imaginarse ¡el inmenso trastorno que con esto se produjo en los ya bastante complicados y revueltos asuntos contemporáneos! La agricultura y la ganadería, y en términos generales la producción e industrias de alimentos derivados bajo todas sus formas directa o indirectas, o consecuenciales —sin excluir los azafates de maní tostado y los carritos de helados—, cayeron verticalmente en el vacío. A poco entraron en colapso la farmacopea, los productos medicinales, la confección de vitaminas abecedarias, así como también los restaurantes, los mercados y las pastelerías, empezando también los médicos y sus monumentales clínicas a seguir el mismo camino del viejo pupú. ¡Era ya demasiado! El mundo moderno se desmoronaba, se moría la cultura, el idealismo agonizaba a poco del pupú, ¡dolorosa coincidencia! Nuestra cristiana civilización se venía al suelo… Pero el suelo mismo, como nadie lo cultivaba ni labraba, empezó a producir por propia cuenta, a su guisa o capricho encantadores; bosques y matorrales más y más tupidos e intrincados invadieron los campos y laderas de labranza, acercándose a las ciudades y los pueblos y urbanizaciones -sin excluir siquiera aquellas en donde tan adelantada y perfeccionada en grado sumo y sincronizada con las necesidades humanas, se encontraba la fabricación moderna del pupú.
Así llegó el momento en que fue terminantemente prohibida, bajo las más severas penas y sanciones, la elaboración del pupú —en forma sintética y moderna, bien entendido. Los Estados o Potencias se reservaron para sí el privilegio de tal fabricación; se adjudicaron el secreto, la fórmula y los procedimientos, requisionando para sí las fábricas y maquinarias y personal técnico, científico y especializado en todas las etapas del proceso. Y entonces… ¡Entonces se vio surgir el monstruo, la verdadera faz del monstruo que estaba detrás de todo esto! Cada vez que tenían entre sí algún altercado o rozamiento; cada vez que les venía una nueva crisis de miedo o de psicosis angustiosa, o de ensoberbecimiento y valentía por el contrario; o cuando simplemente no podían ponerse de acuerdo sobre esto o aquello… los grandes poderes, exclusivos poseedores del pupú, se amenazaban unos a otros, se agitaban, hacían ademán de coger ya los grifos, las llaves y las mangueras que comunicaban con los depósitos de prefabricado almacenados desde años en secretos e inmensos mares muertos subterráneos… Y el terror de la pavorosa inundación, del gran diluvio, una y otra vez paralizaba el gesto de los feroces contendores presuntos. La pobre humanidad sentía pasar su escalofrío, una vez más, lanzando un gran suspiro de alivio por la prórroga… y se entusiasmaba una vez más por los maravillosos alcances de la técnica.
Hasta que el vientre de la tierra —de la pobre madre tierra— se fue llenando de aquel producto amenazante y predispuesto; se fue llenando, colmando, rebosando, hinchando, inflamando… y cierto día…
Pero, ese día, ¡no quedó ningún memorialista para contar lo que pasó! Tan sólo —y eso porque se refiere al comienzo o despuntar de aquel monstruoso día—, tan sólo se conoce este detalle:
Las máquinas de hacer pupú hacían ¡pu! ¡pu! ¡pu! ¡puuuuu!…
Como tampoco quedó nadie para detenerlas, cuando ya no faltaba más a quién ahogar en aquella inmensa masa desolada que recubría los continentes y océanos, en el eterno silencio las máquinas siguieron haciendo largo tiempo: ¡pu! ¡pu! ¡pu! ¡pu! ¡puuuuu!

Texto tomado de: La hoja que no había caído en su otoño (1986). Caracas: Monte Ávila Editores.


 



  Imagen:  http://encontrarte.aporrea.org/efemerides/e2342.html


 *Julio Garmendia  (El Tocuyo, Estado Lara, 9 de enero de 1898- † Caracas,8 de julio de 1977). Escritor, periodista y diplomático venezolano. Constituye uno de los nombres más relevantes de la cuentística venezolana.  Autor de los libros:  La tienda de muñecos (1927), La tuna de oro ( 1951) y  La hoja que no había caído en su otoño (1979),  Tres cuentos barquisimetanos (1974). Premio Nacional de Literatura 1973.







La literatura infantil y juvenil al alcance

La literatura infantil y juvenil al alcance
Edgar Clément

SOBRE LA AUTORA

Ramelis Velásquez (1968). Autora venezolana. Realizó estudios de Letras en la Universidad Central de Venezuela. Licenciada en Educación, mención Lengua (UNA) y Magíster en Educación Abierta y a Distancia por la misma institución, Terapeuta transpersonal, Coach ontológico. Narradora, ensayista e investigadora de la literatura infantil y juvenil. Se ha destacado como cuentista, así como ensayista de temas sobre poesía y narrativa, en especial, las que han sido dirigidas a niños, niñas y adolescentes. Su labor de investigadora se ha centrado en el proceso de recepción de las obras destinadas a los jóvenes lectores. Ha facilitado talleres de teoría y crítica de la LIJ y sobre el proceso de lectura. Correctora de la revista latinoamericana de poesía Poda (Fondo Editorial del Caribe, Barcelona, estado Anzoátegui). Ha publicado diversos ensayos y cuentos en antologías y en portales literarios de la Web. Es autora de ocho libros. Ganadora de la II Bienal Nacional de Literatura "Julian Padrón" 2013. Ha sido docente de pregrado y postgrado. Actualmente se dedica a la terapia transpersonal, a la docencia en Educación Media y a sus proyectos literarios.