martes, 3 de junio de 2008

El reino de Salvador Garmendia*

Ramelis Velásquez


El nombre de Salvador Garmendia ha sido una referencia imprescindible en los estudios sobre la narrativa de la literatura venezolana. Ciertamente, no se aporta nada al decir que Garmendia representa un incisivo examinador de las formas del lenguaje, hábil expositor e intérprete de la mirada del otro a través de la suya. Concreciones éstas de un talento desplegado y grabado en una extensa producción que abarca, con igual maestría, a la literatura infantil.

Esa lucidez con que radiografiaba lo cotidiano, su dualidad de espejo en mundos otros, y su diáfana prosa, creo, se deben a una humildad que le permitía comprender los tormentos y desvaríos del hombre, cuyo infortunio ha sido, desde siempre, desconocer cómo su múltiple presencia se adhiere, se funde, en realidades diversas. Sin duda, humildad de calidez humana que indagaba y pretendía justificar ese transitar en la vida que somos.

Fue además, Garmendia, uno de los pocos escritores que otorgó seriedad a la literatura infantil en el país en los últimos años. Nada difícil para él entrar en un mundo al cual pertenecía por naturaleza. Redibujar y trazar las coordenadas de un imaginario prolífico, llegar al niño, alcanzar su vuelo interior, siendo él un niño también, era, pues, un paso importante superado. Al tratar lo que aparentemente nos puede resultar sencillo en los cuentos, lograba dar con una singular filosofía de vida sin caer en trivialidades ni en expresiones incomprensibles para el pequeño lector. Esto ya nos dice que poseía un alto concepto de la niñez, lo cual ha sido el móvil principal que ha motivado la creación de una literatura infantil de calidad. Para una muestra basta con citar Galileo en su reino (Monte Ávila Editores, 1993).
Sugiere este cuento el nacimiento de la personalidad de un gato que se maravilla ante cada descubrimiento que hace de sí mismo. El llamado de la memoria de la especie lo expone Garmendia con una delicadeza y humanidad que enternecen. Galileo vive, pues, además de las siete vidas, la dualidad de su imaginario que lo inquieta y lo confunde. Sueño y vigilia se entrecruzan o, mejor dicho, se mezclan para dar paso a sensaciones de placer, por las cuales el gato se decide, firme y deliberadamente, al preferir estar la mayor parte del tiempo dormido.

Garmendia no se propone responder expresamente la interrogante elemental del cuento y la misma que se haría cualquier receptor: ¿Es que acaso los gatos sueñan? Demuestra que por lo menos otros escenarios emergen de un lugar que no tiene nombre, que no se puede ver ni tocar. Un lugar en donde nos sentimos vivos; tal vez, mucho más que en la realidad real.

Y por qué no decir que Galileo puede ser cualquier niño que esté experimentando sensaciones parecidas, cuando la sensualidad despunta y domina las expresiones del cuerpo y la mente. Un maullido salido desde lo más hondo es equiparable a un grito humano. El misterio que rodea a Galileo es igual al misterio que rodea al hombre que lo crea. Su delirio por la gata luna -la gata de cola blanca y esponjada- nos dice de un ser que quiere amar. Pero, qué curioso, esa luna que maúlla, igual que él, se encuentra sólo en el sueño. Es el símbolo de la hembra ideal, el sujeto (por no decir objeto) que nunca se alcanza, pero existe porque la mente y el deseo lo imponen.

Escribir para niños desde una mirada introspectiva -como lo hace nuestro Garmendia- dejando que la voz interior emerja, cobre forma y determine los acontecimientos, es un riesgo que pocos escritores venezolanos de literatura infantil asumen. Requiere una arquitectura del lenguaje que, si no se controla, termina convertida en un arma de doble filo, en donde la pérdida mayor será, justamente, la necesaria y esperada recepción de la obra. Existe una contradicción que no se logra resolver: algunos escritores para niños dicen que piensan en el lector cuando escriben, pero muchas veces la realidad del producto confirma que se olvidan de un receptor agudísimo, lapidario, irónico y de un no rotundo cuando la obra no logra su milagro.

Parece que es más cómodo y poco comprometedor elaborar historias totalmente ajenas al mundo interior del personaje, en donde no se proyecta el verdadero modus operandi del pensamiento infantil. Los hechos o aventuras conforman el eje central de una buena cantidad de cuentos marginándose el funcionamiento de una sicología especial. Esta última se convertiría en la materia prima que la intuición y el desprejuicio del escritor transformarían en signos sugerentes, con una palabra resonante y a través de imágenes que activarían en el niño una memoria poética.

Garmendia construye el monólogo de un gato sustentado en un lenguaje que no puede obviar cierta profundidad, ante la cual me parece admirable que no haya flaqueado. Escribió pensando en un niño crítico. Si se asumiera la escritura para seres que piensan, que osan instaurar un diálogo especial con su propia voz, a través de una mirada que todo lo interroga, cambiarían algunos factores que describen cierto comportamiento de la literatura infantil venezolana. Comportamiento éste que es cuestionado -o vislumbrado por instantes- sólo cuando fenómenos literarios como Harry Potter causan escozor y perturban a los escritores, y más aún, a las editoriales, y no precisamente como resultado de un constante ejercicio crítico sobre el discurso que se destina a los niños en el país.

Vemos, entonces, en Galileo en su reino cierta complejidad literaria que resulta más estimulante, puesto que induce al lector a un ejercicio de interpretación. Es el misterio del sueño un elemento que sirve en el relato para generar interrogantes que al final se multiplican. Se pretende con esto que sea el receptor quien realmente logre satisfacer las expectativas surgidas durante la lectura del cuento. Al respecto, uno de los factores que lo propiciaría sería la estructuración de la historia partiendo de ciertas premisas oficializadas por los cuentistas de oficio. En palabras de Guillermo Meneses, la narración debe ser en sí misma la demostración de un enigma (así se trate de un antiguo enigma), la portentosa realización de un milagro (así sea un milagro de todos los
días), la asombrosa afirmación del misterio... (En: Carrera, 1993:50). Es incuestionable que la historia, aun cuando se dirige al lector infantil, no debe descartar aquellos elementos que le otorgan su necesaria estructura de cuento.

Esta imagen del gato que desea permanecer dormido porque se siente mejor y porque la causa de su exaltación se encuentra allí, en ese mundo etéreo y real, se imprime en el lector por la capacidad que tiene de convocar su inquietud, curiosidad y emoción. Como bien lo sostiene la crítica española de literatura infantil Teresa Colomer (1996), la intensidad de las imágenes es lo que las inserta en un colectivo y es por ello que se pueden recordar pasajes de uno que otro relato (p.10). Lo esperado, sin duda, es que la funcionalidad social y estética de la historia contada se reafirme y, así, su propiedad de rescribirse en la mente de cada receptor. Estamos hablando de una función sociocognitiva elemental que patentiza al cuento en sus raíces más profundas y justifica su permanente elaboración.

De igual modo, podríamos suponer que la fuerza de la imagen -el roce o la unidad de los elementos que la nutren- dota a la historia -al asunto- de una función detonadora que comienza a operar en la mente del niño cuando ha ini­ciado la lectura. En el cuento que nos ocupa, la construcción de un imaginario conformado por impresiones que se articulan, que van hilándose en una suerte de tejido interminable es lo que mueve en el lector un universo de referentes. El sueño de Galileo representa el ovillo del cual se alimenta, justamente, ese entra­mado que es su vida y el mundo que le circunda.

Es el poder de la imagen -esa compleja concreción de la fantasía- lo que ha­ce interesante a un cuento para niños. Y más aún, las imágenes en los relatos -además de estimular la sensibilidad estética- hacen posible el desenvolvimien­to de la conducta y la toma de conciencia ante la realidad real. Asimismo, am­plían la experiencia del niño porque le permiten imaginar aquello que no ha visto y representárselo mediante el relato de otra persona (Vigotsky, 1999:13).

Galileo despierta a la vida en el sueño. Se hace adulto en un mundo que él mismo puede cambiar a su gusto. Y sueña porque afectivamente, se siente pleno. No huye de nadie; por el contrario, se asienta, se instala en su cesta de hilo, sím­bolo con el cual curiosamente va hilando su sueño permanente. No corre con la misma suerte el gato de la escritora austríaca Christine Nöstlinger (2000) que en un discurso autobiográfico comienza a hablar de su espíritu liberal, anónimo, de la importancia de no pertenecer a nadie y del insistente sentimiento de apropia­ción de los humanos. Más bien, se trata del desafío a la vigilia porque el gato de Nöstlinger no sueña. Ha tenido que responder a muchos nombres y, asimismo, ha tenido que defenderse en esas vidas diferentes porque no ha podido entender a los humanos: “Prefiero seguir siendo un gato libre (...), prefiero seguir siendo un gato hambriento, acatarrado, sucio, lleno de piojos y anónimamente libre” (pp.58-59).

El signo de indescifrable misterio que ha representado por siempre el gato es cautivante. Cualquier hombre que desee pasar por el mundo con la suavidad de una pisada felina, pero larga e inexplicablemente cíclica, sucumbe en su imagi­nación como posiblemente le sucedió a Garmendia al querer unir los techos noc­turnos bajo sus ágiles ancas. Hay, sin duda, en el cuento que nos ocupa un inte­rrogante a raíz de lo humano que hay en Galileo, a raíz del instinto, a raíz de la nostalgia y a raíz de lo deseado por el hombre ante la premura de estar en un mundo que no depare decepciones ni tristes fracasos.

Lo cierto es que Galileo, a diferencia de cualquier otro gato, tiene un reino. Un espacio que cualquier humano no podría nunca violar; un espacio grande que es también el reino de Garmendia. Y los dos sueñan: Galileo dibujado por un creador inolvidable, que se ha despojado de su humanidad ofreciéndosela para siempre, como lo ha hecho con todos los personajes que ha dejado en cada una de sus historias; y Garmendia que avanza despacio entre la hierba, rozándola, con la mirada fija en cada detalle, en cada fragmento, explorando ahora quién sabe qué otros mundos.

Referencias

Carrera, Gustavo L. (1993). “Aproximación a supuestos teóricos para un concepto del cuento”. En: Del cuento y sus alrededores. Caracas: Monte Ávila Latinoamericana.

Colomer, Teresa (2000). “Texto, imagen, imaginación”. EN: CLIJ, Nro. 130. Barcelona (España): Torre de Papel.

Garmendia, Salvador (1993). Galileo en su reino. Caracas: Monte Ávila Editores.

Nöstlinger, Christine (2000). Un gato no es un cojín. México: Alfaguara.

Vigotsky, L. S. (1999). Imaginación y creación en la edad infantil. La Habana: Pueblo y Educación.


*Trabajo tomado de la Revista Nacional de Cultura, Año LXIII, 2002, Nro. 323. Caracas: CONAC/La Casa de Bello.

La hormiga bajo la mirada poética

Ramelis Velásquez
La hormiga siempre ha inspirado al hombre. No solo ha sido un modelo de vida en colectivo y de orden, sino de creación artística presente en fábulas, proverbios, poemas y relatos. Constituye un signo de reflexión en todos los sentidos. Una filosofía de la hormiga nos advierte que ella es el símbolo del trabajo, la previsión y la armonía del ser en el reino animal, su inteligencia, su persistencia en hacer cumplir la memoria de la especie incluso ante el peligro natural o humano. Como si fuese una experta cartógrafa construye sobre la marcha el trazo de una ruta, y si se ve interrumpida lucirá desorientada por un instante, pero luego recobrará ese caminar tenaz con destino definido. Así es la hormiga de Chevige Guayke en el poema infantil Es una hormiga con su sombrilla, coeditado en el 2004 por la FAINE (Fundación Audiovisual Infantil Neoespartana), el Fondo Editorial del Caribe y el CONAC - Venezuela.

Con lupa en mano, este poeta de Crepuscolia creó la historia de una hormiga que desde varias ópticas plantea un gracioso juego de afinidad y significación durante la peripecia de cargar una hoja. Sombrilla, cielo y ala verdes, cobija, amiga, la hoja parece mimetizarse en cada uno de estos elementos mientras danza y baila en un desplazamiento constante con la hormiga. Ciertamente en la poesía para niños este fascinante insecto ha sido motivo de hermosas construcciones poéticas que nunca se agotan, puesto que la creación siempre será el resultado de una irreductible, única y valiosa manera de mirar, de sentir y de nombrar aquello que genera asombro y admiración. Y no menos atención merece, justamente, ese transitar perenne de la hormiga llevando trozos de la naturaleza para la edificación del espacio común y para garantizar la abundancia de alimento durante las lluvias o el invierno.

Las frecuentes disyuntivas que sugieren una doble interpretación de las imágenes que la hormiga forma en el jugueteo con la hoja, así como el encadenamiento metafórico sustentado en la negación de una figura con otra, marcan una acentuación rítmica y dotan de un carácter indeterminado al poema y, con mayor énfasis, a su final. Estos aspectos, además de la distribución gráfica de los versos y las divertidas ilustraciones realizadas por el artista Régulo Martínez, son los que estimulan, en una placentera lectura, la sensibilidad y la comprensión literarias en los niños y niñas:


La hoja camina
en el patio
pero no es ella
quien camina
quien camina
en el patio
es la hormiga que camina
con la hoja encima
(...)

La hoja es cobija
o
sombrilla
de la hormiga…

Es evidente que además de caminar y juguetear con la hoja verde, la hormiga puede cantar desde esa presencia plural que la caracteriza, tal como la imaginan Laura Devetach y Juan Lima en el libro La hormiga que canta, editado en el 2005 por Ediciones del Eclipse-Argentina. Estructurado por diez poemas, este libro se abre al deleite de los lectores niños, jóvenes y adultos. En fondos de intenso contraste y colorido presenta una gama de perspectivas que complementa y refuerza la imagen poética. Las hormigas parecen desplazarse por las páginas y marchan como si siguieran la jornada habitual, la ruta permanente que ni siquiera la magia de la poesía puede romper. Pequeñas y grandes, las hormigas cantan al unísono mientras miran el sol, la luna, o hacen mapas que “barre el viento”, y “pata con pata con pata” llevan pedazos, migajas de todo lo que consiguen a su paso.

La disposición de los poemas, los sonidos que genera el canto de la hormiga y la movilidad que aparentan las ilustraciones, invitan a interaccionar con una composición doble y profundamente entrelazada entre la dimensión textual de la palabra y la de orden pictórico, aspectos que definen y determinan la elaboración del libro-álbum.

Un rasgo interesante que introduce Laura Devetach en el libro es la posibilidad de ver en el trabajo de la hormiga el transcurrir de la creación poética que comienza a configurarse desde el poema 7: “Aquí el poema no está./ Lo llevaron las hormigas/ picadito/ picadito/ en zig/ zag/ en zig/ zag / en zig/ zag/ en zig/ zag/ en zig/ zag/ ¿En qué hoja/ de qué rama/ de qué planta/ lo armarán?” y concluye en el poema 10: “Azúcar negra/ la tierra/ dibujando un ojo negro/ y las hormigas/ que juegan/ a/ me/ ter/ ver/ sos/ a/ den/ tro”.

Estos libros muestran lo que es capaz de hacer la hormiga cuando el ingenio y la creatividad del poeta la mueven. Cada figura concebida propone ideas estimulantes en cuanto al trabajo poético que se puede realizar con los niños, en cuanto a ese acercamiento necesario para hacer que la palabra se despoje del lastre cotidiano y transite otros espacios.

La hormiga de Chevige Guayke camina y “piesmina” en una alegoría que crece, aumenta y cambia en función de las miradas que operan en el propio poema: la hormiga se ve a sí misma, es observada por una niña y, al final, quizás sujeta a la perspectiva que otorga la distancia, una pajarita desde lo alto poetiza sobre la niña que ve a la hormiga y, simultáneamente, sobre esta última y la hoja. Es como un juego de bumerang donde la voz poética garantiza, indudablemente, el regreso de la imagen transformada en otra cosa.

La hormiga de Laura Devetach canta mientras introduce versos en el hoyo de la tierra. Es la idea de la conformación del poema que resuena también en el canto como un componente que en la totalidad del libro resulta de peso y de considerable importancia, en función de las posibles interpretaciones que puede generar en el proceso de lectura.

Un cosquilleo producen estos dos libros de poesía infantil cuando se leen, un cosquilleo que lleva a repetir la lectura una y varias veces para disfrutar de la belleza que contienen. Un hormigueo que vale la pena sentir.

Referencias


Devetach, Laura y Lima, Juan (2005). La hormiga que canta. Buenos Aires: Ediciones del Eclipse.

Guayke, Chevige (2004). Es una hormiga con su sombrilla. Venezuela: FAINE (Fundación Audiovisual Infantil Neoespartana), Fondo Editorial del Caribe y CONAC.


*Tomado de Poda, Revista Latinoamericana de Poesía, Nro. 6, 2008, Barcelona (Venezuela): Fondo Editorial del Caribe.

La literatura infantil y juvenil al alcance

La literatura infantil y juvenil al alcance
Edgar Clément

SOBRE LA AUTORA

Ramelis Velásquez (1968). Autora venezolana. Realizó estudios de Letras en la Universidad Central de Venezuela. Licenciada en Educación, mención Lengua (UNA) y Magíster en Educación Abierta y a Distancia por la misma institución, Terapeuta transpersonal, Coach ontológico. Narradora, ensayista e investigadora de la literatura infantil y juvenil. Se ha destacado como cuentista, así como ensayista de temas sobre poesía y narrativa, en especial, las que han sido dirigidas a niños, niñas y adolescentes. Su labor de investigadora se ha centrado en el proceso de recepción de las obras destinadas a los jóvenes lectores. Ha facilitado talleres de teoría y crítica de la LIJ y sobre el proceso de lectura. Correctora de la revista latinoamericana de poesía Poda (Fondo Editorial del Caribe, Barcelona, estado Anzoátegui). Ha publicado diversos ensayos y cuentos en antologías y en portales literarios de la Web. Es autora de ocho libros. Ganadora de la II Bienal Nacional de Literatura "Julian Padrón" 2013. Ha sido docente de pregrado y postgrado. Actualmente se dedica a la terapia transpersonal, a la docencia en Educación Media y a sus proyectos literarios.